miércoles, 18 de abril de 2018


Se nos educa para competir; se nos educa para ganar. Desde que entramos en el sistema educativo, desde que entramos en cualquier categoría deportiva, desde que entramos en cualquier disciplina artística, desde que entramos en el mundo laboral. Ganar, ser el mejor, destacar. No aparece mucho la palabra compartir, cooperar o solidarizarse.
No es nada nuevo, pero nunca deja de sorprenderme, como lo que sucedió este fin de semana en los juegos de la Commonwealth. Durante la maratón, el atleta que lo lideraba perdió las fuerzas y se desvaneció; intentó levantarse pero no lo consiguió, incluso se golpeó severamente contra la valla y quedó tendido en el suelo, exhausto.
Aquí no hay una historia de superación. El atleta no logró levantarse.
Aquí hay una historia de vergüenza y de miseria humana. Nadie le ayuda, ni los motoristas de la organización, ni los aficionados que se apoyan en la valla y que prefieren grabarle en video o sacarle fotos antes que preocuparse por él.
Cuando llega el atleta que iba segundo tampoco se para, ni le mira, le ignora, ganando así la prueba.
Hay que ganar, hay que llegar el primero, hay que destacar, hay que ser mejor que nadie. Siempre recto, sin desviar la mirada de nuestro objetivo.
Es lo que hemos mamado desde niños.
Es la base del sistema.
Es la base de la competitividad.
Es la base del egoísmo.
Es la base de todas las guerras.

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