domingo, 25 de febrero de 2018




Voy a tratar de explicaros lo que siento cuando escribo una novela.
Sé que puede parecer exagerado, pero os aseguro que es así.
La protagonista de mi último manuscrito se llama Lara y es un error del sistema, lo cual solo puede significar algo rematadamente bueno teniendo en cuenta que este sistema en el que vivimos es, básicamente, una mierda.
Hay un momento en el proceso de escritura que consiste en que los personajes cobran vida. Esto es lo más difícil de explicar.
Significa que te acompañan noche y día, que piensas en ellos como si formaran parte de tu familia o de tus amigos. Significa que te sorprendes pensando, y esto es verídico, “¿qué estará haciendo ahora Lara?” y te imaginas un puñado de posibilidades.
Mientras escribía esta novela, que se llama “Un error del sistema”, me sucedía que cuando terminaba de dar clases me alegraba porque llegaría pronto a casa, no para ponerme a escribir mi página diaria, sino para que Lara me contara lo que le había pasado desde que la dejara el día anterior. Era ella la que me lo contaba. Yo me limitaba a presionar los dedos sobre el teclado del ordenador.
Y, así, con cada uno de los protagonistas de mis novelas.
Luego, cuando terminas, les tienes que decir adiós y les echas terriblemente de menos, aunque te consuela pensar que se quedan en tu corazón para el resto de tu vida.
A veces, con suerte, se te ocurre una idea para reencontrarlos y empiezas a escribir una segunda parte. Ese reencuentro entre escritor y personaje es indescriptiblemente cojonudo.

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