viernes, 26 de enero de 2018



Un cargo directivo  o ejecutivo debe alcanzar ese puesto por su talento y valía, en ningún caso por su sexo, raza u orientación sexual. Creo que en eso estamos todos de acuerdo.
Pues en relación a eso, hay algo que no termina de cuadrarme. Llevo veinte años como docente y no ha habido ni un solo año en el que en mis cursos (y estoy seguro de que la mayoría de docentes del mundo puede decir lo mismo de sus cursos) las chicas no hayan sido, no solo más maduras que los chicos, sino más organizadas, más trabajadoras, más estudiosas, más responsables, además de sacar mejores notas que los chicos. Es una proporción, siempre, visiblemente favorable a ellas. Esto no solo sucede en secundaria y bachillerato sino que continua con la misma tendencia en la universidad. Dudo que nadie pueda rebatirme esto.
Pues bien, ¿cómo es posible que la mayor parte de los cargos directivos o de responsabilidad sean hombres? No me cuadra.
 ¿Es que a partir de los 25 años toda esa valía de las mujeres que llevan demostrando desde la infancia se pierde, así, por arte de magia? De pronto, con 25 años, los hombres nos espabilamos y, no solo recuperamos la ventaja, sino que adquirimos más talento, responsabilidad y valía que las mujeres y nos eligen más a nosotros para ocupar cargos directivos.  Es eso, ¿no?
Me resulta tan violento como despreciable que todavía haya gente que esté convencida de que si el hombre ocupa más cargos directivos es porque vale más; gente sin memoria, que no recuerda el rendimiento y esfuerzo de sus compañeras de clase; gente con un terrible complejo de inferioridad que le hace incapaz de asumir que una mujer sea su jefe.

sábado, 20 de enero de 2018




He publicado dos novelas con una editorial y tres novelas yo mismo en Amazon (con la inestimable ayuda de Lucia Bartolomé en las labores de edición)
Os digo esto porque es la base para contaros lo que me ha sucedido este fin de semana con una editorial y que no tiene desperdicio. Dice mucho de cómo está el panorama editorial en este país.
Por educación, diré el pecado pero no el pecador. Por favor no preguntéis por la editorial,  ni siquiera por privado.
Envío a una editorial el manuscrito de mi última novela. En los últimos seis meses lo he enviado a unas 35 editoriales. Unas pocas ya lo han rechazado y otras aun no han contestado. La mayoría no contestará jamás, que es su forma de rechazarlo. Lo normal en estos casos.
A unas les envío el manuscrito y a otras la propuesta editorial (que incluye los primeros capítulos y una carta de presentación o currículum como escritor), según las instrucciones que al respecto indiquen en sus páginas web.
Pues bien, a esta editorial le envié una propuesta editorial. Me contestaron a los dos días, señal de que no se leyeron los capítulos. Por supuesto, me rechazaron, pero ojo al criterio que han usado para ni siquiera leerse la propuesta: he publicado más novelas a través de Amazon que con editoriales. Como dice Anna Castillo en La Llamada, “Flipo”. Por ese criterio tan elitista como, si me lo permitís, estúpido, quién sabe si se están perdiendo una buena propuesta editorial. Mira que me han rechazado en los últimos veinte años, pero por algo así jamás. Para ellos soy un apestado porque he autoeditado en Amazon.
Así está el mundo editorial en este país. Y os preguntaréis, ¿y por qué insistes?, ¿por qué lo sigues enviando? O, mucho mejor, ¿por qué sigues escribiendo?
No tengo respuesta. No la encuentro. A mí también me gustaría saberlo.

sábado, 13 de enero de 2018



En Italia (y de rebote e en Francia) se ha abierto un debate tan interesante como necesario. Sí, necesario, porque todo lo que sea revolver las tripas del machista recalcitrante o despertar la conciencia del machista latente es, para mí, necesario si queremos librarnos de la tara del machismo.
Como bien sabéis (y si no lo sabéis os lo cuento ahora, y cuidado porque hago spoiler) la ópera Carmen, de Bizet (y el libro en el que se basa) termina con el asesinato de la protagonista a manos de su ex novio celoso, incapaz este de asumir que su pareja ha cortado la relación.
Pues bien, en el reciente festival de ópera de Florencia han representado Carmen, pero cambiándole el final; es decir, ella, en defensa propia, asesina a su ex pareja al intentar asesinarla.
La polémica está servida, y más en Italia, donde la ópera es religión y, sobre todo, donde la violencia machista deja muchas mujeres asesinadas.
Los puritanos se rasgan las vestiduras ante el sacrilegio de modificar una obra de arte sin pararse a pensar el motivo de denuncia por el  que se hace.
No obstante, creo que la estrategia es equivocada. No en el sentido de provocar la polémica, que eso me encanta por necesaria, sino en cómo lo han hecho. Por dos motivos creo que se equivocan con este final cambiado.
Primero: puestos a cambiar el final, me hubiera gustado que don José, el ex novio de Carmen, recapacitara sobre sus celos irracionales y se fuera a vivir su vida dejando en paz a Carmen. Pero claro, eso no es dramático ni morboso. No tiene fuerza como final.
Proponer la solución de un asesinato con otro asesinato, no sé, no termino de verlo, aunque en el caso de Carmen sea en defensa propia.
Segundo: la inmensa mayoría de historias que ve el gran público (en el formato que sea) tienen un final feliz. Con ese final feliz volvemos contentos a casa, sin reflexionar porque no hay nada que reflexionar: se ha hecho justicia o el “bueno” ha ganado. Pero si “el malo” se sale con la suya, muy propio en libretos y novelas del siglo XIX (como Carmen), nos hará pensar en esa injustica. Es mucho más eficaz, como mensaje que despierte conciencias, un final trágico, o, lo que es lo mismo, un final real, porque supongo que a estas altura sabemos que, en la vida, casi siempre ganan los malos.
Desde luego, el objetivo que perseguían, generar debate, lo han conseguido.

miércoles, 10 de enero de 2018

LA GENERACIÓN PERDIDA (relato)



Vaya, han venido todos. No esperaba encontrarme tanta gente. Están todos mis amigos, mis ex, los que me caían bien en el instituto, los que me caían mal, los bordes, los abusadores,  los que se escondían en los libros, los frikis, los guays, los desapercibidos, los cachas, los palillo, las lloronas, las fuertes, las soñadoras, las que lo planificaban todo, las empollonas, las precavidas, las mojigatas, las ligonas…y yo, que solo quería ser peluquera. No ha faltado ni uno. Esto lo hace más difícil, mucho más difícil. Incluso ha venido gente de otros pueblos. Tienen nuestra misma expresión. Ni nos atrevemos a mirarnos, avergonzados, rabiosos, frustrados, resignados, temerosos, que de todo veo. Yo, simplemente, suspiro. Todos suspiran lo mismo que un saltador de trampolín en las olimpiadas. Suspiran. Entonces se oye una voz y levantamos la mirada. El futuro en sesenta minutos.
                -Buenos días a todos. Damos comienzo al examen de oposición. Tienen 60 minutos para rellenar el test.

jueves, 4 de enero de 2018

EULALIA (relato)



Eulalia se había pasado la vida limpiando casas. Lo hizo desde que terminara la guerra, con ocho años. La dictadura entera la pasó limpiando para los demás. Tuvo que hacerlo si quería sobrevivir. En medio de todo ese periodo se casó y tuvo tres hijas, que crió sola tras ser abandonada por su marido. A todas les dio estudios a base de limpiar; incluso alguna alcanzó la universidad. Sus hijas eran su orgullo, como también lo empezaron a ser sus nietas.
Un día, corrían ya los primeros años de la democracia, Eulalia se dio los dos primeros caprichos de su vida para celebrar el retiro que le permitía la posición de sus hijas. El primero, un vestido elegante, necesario para conseguir su segundo capricho. No se reconocía con aquel vestido al verse reflejada en los escaparates. Cogió el tranvía para llegar al centro. Le daba algo de vergüenza que en su barrio la vieran entrando en un local de esa clase, pero, sobre todo, que el dependiente la reconociera. El centro era más seguro; allí podría mentir con éxito.
Se bajó en la parada de la plaza mayor. Callejeó un poco hasta que, por fin, encontró lo que quería. Miró preocupada a ambos lados de la calle antes de entrar en aquel negocio, donde iba a conseguir su segundo capricho. Se acercó temerosa al mostrador, tanto que quiso huir y volver a su casa, pero era tarde, el dependiente ya le había saludado.
            -Sí, verá, buenos días. Andaba yo buscando uno de esos libros que se usan para aprende a leer y escribir-En ese momento, Eulalia inclinó la cabeza hasta el dependiente para hablarle en voz baja- Es para mi nieta, ¿sabe usted?