lunes, 27 de noviembre de 2017



Sigo con mi campaña navideña.
Los trenes perdidos es una novela a la que le tengo un cariño inmenso pues la diseñé en el mismo balneario de Aragón donde se desarrolla esta comedia coral plagada de personajes variopintos que terminan entrecruzando sus destinos. Está ambientada en la Segunda República y me siento especialmente orgulloso de habérsela dedicado al gran José Sazatornil, pues me fue imposible concebir la novela sin su presencia en mi cabeza. Él es el cura de mi novela. Mientras la escribía soñaba con que alguien la llevara al cine con él como protagonista.
Su título, en realidad, hace mención a la esperanza y a las segundas oportunidades, además de recoger una de mis obsesiones desde pequeño: los trenes.
Podéis adquirir la novela en librerías y en Amazon, tanto en papel como en ebook.

jueves, 23 de noviembre de 2017



Pues empiezo mi campaña navideña hablándoos de la novela que más satisfacciones me ha traído hasta el momento, en comentarios y en ventas. Además, cada vez son más los institutos que lo incluyen en sus programas de lectura. Eso no quiere decir que sea una novela juvenil; de hecho, es una novela adulta, muy intensa, muy dramática y llena de suspense, pero con una temática que concierne especialmente a los adolescentes y al uso que hacen de las redes sociales; de ahí su lectura en los institutos.
Me horroriza que, inspirándome en una caso real del 2007, y a pesar de que la novela se publicó en 2009, no se ha quedado desfasada en lo que denuncia, pues no hace mucho supimos del macabro caso de la ballena azul y de la cantidad de suicidios que había provocado entre los adolescentes de todo el mundo.
Mención especial para el comisario Trápaga, que es quien lleva la investigación del caso en la novela y, he de confesarlo, es mi alter ego.
Podéis encontrarla en librerías y en Amazon, tanto en papel como en ebook.

domingo, 19 de noviembre de 2017




Un grupo de whatssap comenta sus intenciones sobre cometer un atentado y en muy poco tiempo lo tienen localizado, con la colaboración ciudadana, y con los Geo encima. Todos suspiramos aliviados pues hemos podido detener una tragedia antes de que suceda; incluso se les juzgará sin haber llegado a cometer el delito, pues basta que hayan conspirado para cometerlo.
Un grupo de machotes en whatssap planea el secuestro y violación de mujeres en los Sanfermines y, aparte de recibir los ánimos  y risas del resto del grupo, nadie les denuncia. Nadie se lo toma en serio. No hay colaboración ciudadana. Nadie suspira aliviado, puesto que nadie se ha enterado. Las víctimas sí.
Su conspiración para cometer tragedias no solo no será juzgada sino que, por si fuera poco,  no será considerada válida en su posterior juicio por haber, presuntamente (el estado de derecho me obliga a ponerlo) violado, a una joven.
Para la justicia española no es la misma tragedia.
No es ciencia ficción, ni una novela de John Grishan.
Es España, ahora, hoy.
La vida posterior de la joven sí es considerada válida en el juicio, no sea que haya pretendido superar el horror demasiado pronto.
Así están las cosas en este país y todos contribuimos, de una manera u otra, para que suceda.
El problema es la raíz, el problema es la educación.
El 27% por ciento de los jóvenes españoles considera normal la violencia de género. La encuesta se publicó hace un par de días.
No quiero ni imaginar cuántos grupos de whatssap pueden caber en ese porcentaje.
Sinceramente, me aterroriza que no estemos siendo capaces de educar en el respeto, de educar en la igualdad.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Discutiendo de política con un habitane de Búbal. No he tenido más remedio que darle la razón.

domingo, 12 de noviembre de 2017



Tenía once años cuando vi por primera vez “En busca del arca perdida”. Recuerdo que ese día habían subido el precio de las entradas a 200 pesetas. No sé cómo se me ocurrió lamentarme de lo caras que eran; qué poca visión de futuro demostré tener. Me pasé toda la película con la boca abierta. Era flipante. ¿Dónde había que firmar para ser como Indiana Jones? Y, lo más importante ¿qué había que estudiar? Me informé. Arqueología, of course, empezando por la carrera de historia. Me pasé siete jodidos años esperando para poder entrar en la facultad. Aquí es cuando debería aparecer el típico plano en que el protagonista, que ha llegado al lugar con notables expectativas, se encuentra con un lugar desierto y pasa el típico seto seco impulsado por el viento. La facultad de Historia no es que estuviera desierta pero, madre mía, qué aburrimiento. Con la salvedad de dos o tres profesores, y un puñado de buenos compañeros, fue realmente penoso, como también lo fue mi primer contacto con la arqueología. No por el equipo humano, que era fantástico, ni por sus expectativas, que se ajustaban a la realidad, sino por las mías. Un mes entero cavando con una brocha de pintar a un ritmo de medio centímetro por día y con el cuidado de no tocar ni una piedrita. ¿Dónde estaba mi látigo, dónde mi sombrero, dónde los nazis, dónde la música de John Williams y mis aventuras? Jo, qué desilusión. Esto es lo que tiene la magia del cine. Por fortuna, descubrí otra magia igual de cautivadora que el séptimo arte: la enseñanza.

miércoles, 1 de noviembre de 2017



No me gustan los ascensores. No es que sea claustrofóbico pero cuando estoy dentro siempre pienso que se van a parar y cuando los estoy esperando por fuera siempre pienso que me van salir zombis cuando se abra la puerta.
Cuando único estoy tranquilo en un ascensor es cuando vengo de hacer la compra en el supermercado. Mientras se eleva miro las bolsas y compruebo aliviado que sobreviviría a un parón con todos los víveres que llevo conmigo. Hasta tengo papel higiénico y todo.