jueves, 17 de agosto de 2017



El humor es el mejor barómetro de la libertad de expresión.
Se me ocurren un par de cuestiones al respecto.
¿Sabemos reírnos de nosotros mismos?
No, en general no. Hay una variante muy extendida en España que es la de sabernos reír de nosotros mismos mientras el chiste o la broma la hagamos nosotros mismos. Si la hace otro, ya no nos hace tanta gracia.
¿Podemos reírnos de todo?
Aquí es donde aparecen las discrepancias más acentuadas. A medida que más medios tenemos para expresarnos, más miedos (ambas palabras, miedos y medios se escriben con las mismas letras; curioso) tenemos a hacerlo, y el humor es un claro síntoma. Hemos llegado a un punto de temer ofender a todo dios y debemos hacer malabares para poder hacer reír o para poder criticar u opinar. Es muy contradictorio, porque en vez de avanzar en libertades, retrocedemos. Es como si nosotros mismos destruyéramos a la propia democracia  que nos permite expresarnos libremente porque nos ofende todo.
Hay chistes que no lo son, se miren por donde se miren y se cuenten a quien se cuenten. No es humor. Pasan la línea y se convierten en barbaridades que, quizás, y solo quizás, definan al autor.
Pero la mayoría del humor no es más que la necesidad de reírnos de nosotros mismos, por lo que las dos cuestiones anteriores se acoplan perfectamente.
Os pongo dos ejemplos: en 1981 empezó a emitirse en España la maravillosa serie británica Fawlty Tower. En ella, uno de los camareros era un inmigrante de Barcelona que hablaba un inglés macarrónico y que siempre decía “¿qué?”, cada vez que le hablaban. En el doblaje español lo convirtieron en italiano (y estamos hablando de 1981) para no ofender a los españoles y, más en concreto, a los catalanes. Precisamente, el doblaje resultó tan complicado al convertirlo en italiano que TVE solo emitió la primera temporada. Años más tarde, la emitió la televisión catalana entera pero, oh, el personaje de Manuel (así se llamaba este camarero de Barcelona) se convirtió, por obra y gracia del doblaje, en mexicano.
Desde luego, era un claro síntoma de lo que se nos venía con lo políticamente correcto.
El otro ejemplo es Benny Hill. Recuerdo partirme de la risa cuando lo vi por primera vez, hace muchos años, sobre todo la primera etapa (la segunda etapa evidenció una decadencia en el humorista realmente penosa). Su humor era muy gráfico, muy visual, muy de cine mudo, aunque añadiendo la sexualización de la mujer en parte de sus sketches.
¿Alguna cadena se atrevería a emitirlo ahora?
¿Ya no es humor o ya no es políticamente correcto?
¿Antes no ofendía y ahora sí?
¿Hemos cambiado tanto? ¿En qué sentido?
¿Ahora somos críticos con lo que antes no lo éramos?
¿Éramos más burros antes?
¿Antes sabíamos reírnos de todo y ahora nos ofende todo?
¿Ya no sabemos distinguir la línea entre el humor y la ofensa?
Estoy seguro de que hay maravillosos y válidos argumentos para contestar estas preguntas, pero, aún así,  me seguiría preocupando el camino que estamos cogiendo.
Por cierto, yo me sigo riendo, y mucho, con la primera etapa de Benny Hill.

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