jueves, 3 de agosto de 2017



Deportividad ante todo.
Hace unos cuantos años fui protagonista de una anécdota que no tiene desperdicio. Por supuesto, me sucedió en clase. Uno siempre pone algo de cuidado con el hecho de que  los alumnos intenten copiarse, sobre todo en aquella época en la que mis exámenes eran, quizás, demasiado memorísticos. Te paseas por las filas, miras de reojo, lo típico. Me pasó en cuarto de eso, pero no recuerdo con qué tema. Cuando estaba recogiendo ya los últimos exámenes me di cuenta de algo que me provocó una enorme sonrisa que disimulé con una sonora protesta: la pizarra estaba llena de chuletas del examen. A veces estamos tan cerca de lo evidente que no lo vemos. Habían escrito en la pizarra datos sueltos pero importantes del examen. Me encantó su desfachatez, aunque no se los dejé ver. ¿Qué podía hacer? ¿Enfadarme?, ¿repetir el examen?, ¿bajarles a todos un par de puntos? Nada de eso tenía sentido para mí. Lo que hice fue tomármelo con deportividad. Me la habían colado. Punto. Me quito el sombrero.
Eso sí, desde entonces, miro siempre la pizarra antes de entregar los exámenes.
Por favor, si tras leer esta anécdota,  algún exalumo/a tiene la tentación de escribirme aquí cómo se copiaba en mis exámenes le ruego que lo haga por privado.

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