domingo, 30 de julio de 2017



En ocasiones, los alumnos te dan alegrías inesperadas (y  también involuntarias)
Los oficiales del ejército, Fermín Galán y Ángel García se sublevaron en Jaca el 12 de diciembre de 1930 con la intención de implantar la República en España. Les salió mal; era demasiado pronto y descolocaron por completo a los del Pacto de San Sebastián, que tenían la misma intención.  Galán y García fueron fusilados, convirtiéndose, así, en mártires de los republicanos. ¿Y qué tiene que ver esto con mis alumnos?
Desde que supe de la sublevación de Jaca se desarrolló en mí un creciente deseo de visitar esa localidad. Quizás por un sentimiento romántico de sacrificio por una noble causa, el caso es que en mi lista de sueños estaba ir algún día a Jaca.
Hace tres años mi tutoría de aquel entonces fue seleccionada por el Ministerio de Educación para pasar una semana en Búbal, un pueblo precioso de Huesca. Cuando lo busqué en el mapa, es decir, en  Google, vi que Búbal estaba a un paso de Jaca. Después de seis horas en autobús desde Madrid, apareció a mi derecha Jaca y me dije “bueno, esto es lo más cerca que voy a estar de mi sueño”, porque por muy cerca que estuviera Búbal de Jaca yo no podía escaparme para visitarla. Debía estar con mis alumnos toda la semana, día y noche,  y acompañarlos en las actividades que hacían sus estupendos monitores.
Y entonces sucedió un hecho de lo más casual, aunque probable cuando viajas con la clase. Uno de mis alumnos se lesionó una pierna. Lo subimos al Jeep de los monitores y lo llevamos al centro de salud, en Jaca. Yo en esos momentos padecía una combinación extraña de preocupación por mi alumno y emoción por estar entrando en Jaca. Me bastó con verla desde el Jeep. Estaba en Jaca. Sueño cumplido.
Por supuesto,  después de que le atendieron los médicos, se lo conté a mi alumno, que, por cierto, llevó su lesión estoicamente el resto de la semana, y, desde entonces, cada año que llego al momento de explicar en segundo de bachillerato la sublevación de Jaca, rindo homenaje a ese alumno contando a la clase que, gracias a él, o a su lesión, pude estar en Jaca. Es curioso, porque para él no fue nada agradable, y, sin embargo,  nunca le faltó la sonrisa.
Mi agradecimiento eterno, Suso.

jueves, 27 de julio de 2017



“¿Para qué se quiere el alma cuando se es millonario?”
Esta frase la oí en televisión. Nada de particular en sí misma. Debatible, discutible.
Lo sorprendente para mí fue el programa en el que la oí.
No os lo podéis imaginar.
No, no fue en un programa de telebasura, donde, por otro lado, los participantes han vendido su alma (léase dignidad). Porque el alma viene a ser eso,  ¿no?, la dignidad.
Tampoco fue en una película de Al Pacino.
Ni Pablo Motos tratando de hacerse el gracioso, por enésima vez, y sin conseguirlo, en su detestable programa.
Ni Risto Mejide en posición cara de palo seudointeresante y tal (la suya habitual)
Ni, por supuesto, Bertín.
Fue en Bob Esponja. Sí, en Bob Esponja.
La frase viene a decir que el dinero es más importante que cualquier cosa; supera en importancia a lo más importante, el alma, (la dignidad, tu sistema de valores, etc…), sobre todo cuando se trata de mucho dinero.
Dos cosas vayan por delante: lo dijo el señor cangrejo, el personaje negativo y avaricioso que siempre recibe su castigo, y, por otro lado, los niños no son capaces de asimilar esa frase. Vale, pero…
Pero ahí está la frase, flotando en el aire, a tan tierna edad, penetrando en el subconsciente.
Y que conste que me encanta Bob Esponja.
Mi generación creció disfrutando de la extraordinaria violencia de los dibujos de Bugs Bunny y Compañía y no nos afectó negativamente, más bien nos ayudó a construir nuestro sentido del humor.
Podríais decir, entonces, que estamos en el mismo caso.
Tengo mis dudas. Creo que esa frase influye más en el subconsciente  de un niño que una sesión intensiva del Correcaminos y  Rasca y Pica juntos.

domingo, 23 de julio de 2017



Pues nada, que iba yo camino de la farmacia pensando en mis cosas cuando vi a unos metros una caja de zapatos. Supuse que estaría vacía y me enfadé al pensar en la poca  conciencia de quien la había tirado en la calle en vez del contenedor. Como soy un poco maniático con el orden, miré a los lados para comprobar que no venía nadie y cogí la caja. Justo cuando iba a meterla en la ranura del contenedor de cartón, se me resbaló y cayó al suelo abriéndose. En ese momento una humareda salió de la caja condensándose a medida que ascendía. Tomó forma de hombre, tosió un poco y me miró por encima del hombro.
-Ya que me has liberado de mi prisión después de tantos años, ¿tenías que haberlo hecho al lado de la basura? Qué pestilencia- se quejó.
Yo le miraba incrédulo.
-¿Eres un genio?
-Por supuesto- contestó con orgullo- ¿qué creías?
-¿Y concedes deseos por liberarte?
Yo ya pensaba en el sorteo de la primitiva de aquella misma tarde.
-Es la tradición, o mi condena, según se mire. Pero solo te concedo un deseo.
-¿No eran tres?- pregunté con el rostro extrañado.
-Esos son los de las lámparas. Yo soy de una caja de zapatos.
-Ah- dije no muy convencido.
-Bueno, pide un deseo de una vez, que tengo unas ganas tremendas de tomarme un té.
Solo un deseo. ¿Qué hubierais pedido vosotros? Me disponía a pedirle acertar en la primitiva cuando sentí una presión en el pecho, como cuando me enfado viendo el telediario. De inmediato supe que era rabia. Ojalá hubiera tenido en ese momento a mi lado a Obi-Wan, que de seguro me hubiera dicho que no me fuera al lado oscuro, pero nunca está cuando más se le necesita, de modo que la rabia me creció en el interior como un volcán hasta generar un profundo deseo de venganza. Sonreí convencido del placer que me iba a generar el deseo.
-¿Y bien?- me apremió el genio.
-Este es mi deseo: que todos los miembros del partido popular se vean obligados a partir de hoy a vivir con un sueldo de 600 euros al mes.
El genio me miró serio unos segundos.
-¿Estás seguro de que ese es tu deseo? Pudiendo pedir lo que quieras, ¿eliges eso?
-Sí- confirmé convencido.
-¿No es un poco demagógico?
-No, no es demagógico- le respondí enfadado-. Es cruel. Y no sabía que los genios también juzgaran la moral de sus libertadores.
-No, no es eso, pero ahora que lo dices me parece un sueldo realmente bajo, ¿cómo van a llegar a final de mes?
Puse los brazos en jarra y le miré amenazante.
-¿Me vas a conceder mi deseo o qué?
El genio puso sus manos en posición defensiva.
-Vale, vale.
Movió su mano como un remolino y me desperté.
Cachis.


jueves, 20 de julio de 2017



Me estoy encontrando en varios muros de Facebook la noticia de que Belén Esteban vende más ejemplares que Vargas Llosa. Y la gente horrorizada. Yo antes me escandalizaba igualmente, me sentía frustrado como escritor (entre otras cosas porque el libro se lo habrán escrito, casi seguro; a Belén Esteban, me refiero). Maldecía el país en el que me tocó vivir, a le gente que veía la telebasura (que es sinónimo en estos momentos de televisión) y, por supuesto, a los editores, que van a lo que van.
Luego de debatirlo con otras personas, conocer otros puntos de vista y reflexionar, pues ya ni me cabreo ni me escandalizo. ¿Conformismo? No. ¿Realismo? No tiene por qué. Me explico.
¿Enfadarme mejoraría la cuestión? No y, además, después me tendría que desenfadar. Doble trabajo. Esto trato de aplicarlo a la vida en general.
Por encima de todo, sobre gustos no hay nada escrito, y el gusto de los demás es el que es y debo respetarlo, me guste o no (nunca mejor dicho). Yo no pude con “El paraíso en la otra esquina”. Me aburrió soberanamente y lo dejé en la página cien. ¿Por qué debería leerme el último libro de Vargas Llosa? ¿Porque literariamente es mejor que el de Belén Esteban? Yo busco que me entretengan y, como escritor, entretener. Pasar un buen rato. Con esto no quiero decir que me vaya a leer a Belén Esteban. Lo que quiero decir es que la cultura también hay que saber venderla. Si hay más gente que prefiere ese libro, pues cúrratelo mejor, llega mejor al público.
Por otro lado, ¿cuántas de esas personas que han comprado el libro de Belén Esteban van asiduamente a una librería? Quizás se animen después de leerlo y vuelvan a buscar otro libro, ¿por qué no?
¿Con esto estoy diciendo que debemos bajar la calidad literaria para llegar a los que han comprado el libro de Belén Esteban? No, eso es como hacen, por lo general, nuestros gobiernos con las leyes educativas, bajar el nivel, y ya veis a lo que lleva. No, claro que la solución no es esa. La solución es saber llegar a esas personas y aquí entramos todos: padres, profesores, editores, legisladores, votantes, todos, sin excepción. Desde mi punto de vista, el que no estemos todos implicados en el nivel cultural de nuestro país es lo que hace que la balanza gire hacia la mediocridad. Os pongo un ejemplo, que además ya conocéis y es de sentido común. Los niños aprenden por imitación, por lo general de sus referentes, esto es, sus padres. Si sus padres leen y lo hacen abiertamente en el salón, sin esconderse en el dormitorio antes de dormir, y no ven programas basura, sus hijos se sentarán a su lado y leerán (Si, además, juegan con ellos ya ni te cuento) Ya solo con eso contribuimos bastante a que la balanza empiece a girar hacia la calidad.  Los profesores en la escuela, pero con libros atractivos y cercanos, no con los tostonazos (para cualquier adolescente) que son los clásicos. Los políticos legislando con sentido común y no con intereses partidistas ni poniendo impuestos desproporcionados a la cultura. Editores arriesgando un poco con la calidad. Los escritores sabiendo a qué público se están dirigiendo y qué es lo que desea ese público como lector. En realidad, es más fácil de lo que parece. Todo es ponerse.

domingo, 16 de julio de 2017



No, si yo no tengo nada en contra de los homosexuales, pero a mí que no me toquen.
Esta frase define a la perfección a un sector de los homofóbicos. Lo sé porque yo la decía a menudo. Es una frase donde cabe el respeto pero no la aceptación. Es muy común escucharla entre los adolescentes y también en los jóvenes entrados en la veintena. Cuando hablo en clase sobre la homofobia siempre expongo mi caso. Les digo a mis alumnos que no fui más homofóbico porque la educación que me dio mi madre, basada en el lado más amable y respetuoso del cristianismo, me lo impidió. También les digo que todos podemos cambiar a mejor, todos ponemos madurar.
Durante veinte años un amigo influyó poderosamente en mi vida. Llegamos a ser almas gemelas, aunque nunca me pudo convencer de su comunismo medular. La persona más extraordinaria que he conocido jamás. Un día me dijo “Carlos, voy a comprarme una casa” Me quedé con la boca abierta y le dije “Pero si no puedes tú solo” y me dijo “la voy a comprar con otra persona”. Él no tenía novia por aquel entonces. “¿Con quién?” Me mencionó a un amigo en común, más amigo de él que mío. Yo me quedé de piedra, sentí que mis esquemas se tambaleaban. Le dije, como si él no lo supiera, “Pero si es gay”. Él me sonrió y me dijo “¿Y?”
Yo seguí en mis trece “Pues que es gay”. En mi cabeza no cabía la compatibilidad en convivir con un gay. Él me dijo “pero eso no es un argumento”.
Él iba mucho más adelantado que yo en todo, pero, sobre todo, en madurez. Compraron la casa y todos íbamos a visitarle. Era el primero del grupo que compraba vivienda. Una casa enorme con muchas habitaciones y espacios comunes.
Yo tenía 27 años cuando la situación en mi casa se me hizo insostenible. Mi amigo me dijo “Ven a vivir con nosotros y nos ayudas a pagar la hipoteca con un pequeño alquiler. Ya has visto cómo es. Hay espacio de sobra para tres”.  Lo hice. Fue la mejor decisión que pude tomar. Yo, el que no podía concebir que mi amigo conviviera con un homosexual, estaba ahora en la misma situación. La convivencia fue maravillosa, en especial porque nunca pusimos normas de convivencia, así nadie las rompía. Nuestro amigo homosexual se enamoró y trajo a vivir a casa a su novio. Dos homosexuales y dos heterosexuales.
 He de decir que fuimos nosotros los que inventamos la fiesta de la diversidad. Es una forma de hablar, pero nuestras fiestas eran bien conocidas en el barrio (en este muro de Facebook tengo testigos), aunque a algún vecino no estuviera muy de acuerdo con el buen rollo que destilábamos. Una vez no acabé en comisaría porque uno de los policías que vino a arrestarnos había estudiado conmigo en el instituto y no nos veíamos desde entonces. Nos quedamos hablando un rato, repasando nuestras vidas, pero, eso sí, me pidió que quitara la música. 
Luego, un amigo de la pareja homosexual se quedó en una situación complicada y se vino a vivir con nosotros. Los homosexuales tomaban ventaja, tres a dos. Y la convivencia siguió siendo cojonuda. Como es obvio, mi homofobia se diluyó; no fue premeditado, no me dije, ah, pues no soy homofóbico; simplemente, se volatilizó al mismo tiempo que normalicé la diversidad.
Luego, como no podía ser de otro modo, la vida nos fue separando. Siempre recordaré esa época con un especial cariño, la época en la que aprendí a divertirme, a convivir sin normas, a respetar y aceptar todas las opciones; en definitiva, a madurar. Y todo gracias a mi amigo. En efecto, los amigos se eligen; yo no pude elegir mejor.