jueves, 15 de junio de 2017



Estamos en junio y ya empiezo a notarlo. Esas caras, esas expresiones, sus formas de mirarme les delatan. Incluso están por hablarme, pero se reprimen; creen que con las muecas que ponen les basta para que me entere; y tienen razón, sus rostros son auténticas radiografías. En la última semana de junio siempre hay alguien que me lo echa en cara; no falla, un amigo, un familiar o un conocido con cierta confianza. “¿Qué?, ya vas a coger vacaciones, ¿eh? Dos meses, ¿eh?” Sonríe, pero yo sé que es con sorna. A veces, me he intentado justificar hablándoles de lo extenuante que es ser profesor y tutor, de las horas que les dedicas en casa, cada día, los fines de semana; que tu cabeza no descansa, está llena de los problemas de tus alumnos y piensas constantemente en cómo ayudarles, más corregir, preparar clases, innovarme, buscar formas distintas de dar clases, elaborar temas para el blog, inventarme tareas para que piensen. Da igual, no escuchan. “Y además Navidad, Semana Santa, Carnavales, los puentes”. Con esa sonrisa socarrona ya han dictado sentencia. La dictan cada mes de junio.  En ese momento, me limito a sonreír, como dándoles a entender que tienen razón. Qué más da. Luego, en la última semana de agosto, esa sorna, esa sonrisa molesta es inversamente proporcional a la alegría con la que me dicen al tropezarse conmigo, “¿Qué?, ya solo te queda una semanita, ¿eh?” Antes les decía que, si tanto querían esos dos meses de vacaciones, pues que se hicieran profesores, pero ya ni eso; les dedico, una vez más, mi sonrisa, y ellos se van tan contentos.
Pues, como profesor, si algo tengo claro es que si no contáramos con esos periodos de vacaciones me dedicaría a otra profesión.

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