sábado, 15 de abril de 2017

HISTORIAS DE LA MILI (2)



 Un día, llegó destinado al cuartel el teniente (vamos a llamarle Martín). El teniente Martín era un conjunto de músculos y fibra implantado sobre un esqueleto de acero inoxidable. Yo estaba convencido de que Skynet le había enviado atrás en el tiempo pura y exclusivamente para hacernos la vida imposible en el cuartel, especialmente a mí, el profesor. No en vano le llamábamos Tmil. Hasta se parecía al actor que encarnaba al temido robot, Robert Patrick. También le decíamos “el diez días”, porque arrestaba ese número de días a todo lo que se movía. El teniente Martín era un buen profesional que no terminaba de asumir que mandaba una tropa que era de reemplazo.  Tenía un empeño cansino en ponernos a todos en forma, como si estuviéramos a punto de entrar en combate y nuestras vidas dependieran de su contumaz adiestramiento. Un horror.
Todas las mañanas nos hacía una gimnasia tipo marine de Estados Unidos que nos dejaba asfixiados. Siempre nos preguntaba el número de series que habíamos hecho como buenas máquinas discípulas suyas. El primer día fue muy gracioso. “A ver: ¿quién ha hecho menos de veinte flexiones?” Y lo apuntaba. Eran flexiones de barra, de las que levantas los pies del suelo. Volvía a preguntar rebajando el número de flexiones pero empezando a echarme una mirada de mosqueo porque yo siempre levantaba la mano. “¿Menos de cinco?” levanté la mano “¿Menos de cuatro?” levanté la mano. Su tono era cada vez más de sorpresa mezclada con indignación “¿Menos de tres?” levanté la mano, aunque ya con cierta timidez. “¿Menos de dos?” Me miró fijamente. El silencio cortaba el aire. Por fin, levanté la mano lentamente. “¿Menos de una?”. Preguntó incrédulo. Yo había dejado la mano levantada pues era tontería que la bajara. “Pero Roncerooooo” protestó con indignación y abriendo los brazos. Siempre me río cuando recuerdo cómo arrastró la última sílaba de mi apellido. A partir de aquel día, tuvo como objetivo personal ponerme en forma. Qué empeño, qué espíritu de entrega, qué ánimo inquebrantable, el del teniente, por supuesto. Pobre hombre, mira que perdió el tiempo conmigo.

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