domingo, 5 de marzo de 2017



Uno de los príncipes de la familia real saudí está empeñado, a su manera, en modernizar Arabia en una especie de proyecto a medio plazo. Entre sus iniciativas está abrir salas de cine. En efecto, en Arabia no hay cines, están prohibidos. De hecho, el entretenimiento de la mayoría de los jóvenes saudíes es rezar y contar granos de arena. Los que se lo pueden permitir, por supuesto, se van a Londres o Marbella o a cualquier otra capital europea y se lo pasan en grande, como nosotros. Celebro esa iniciativa del príncipe. Pero he aquí que la máxima autoridad religiosa del país está escandalizado y ha dicho, literalmente, que no le abran las puertas al demonio.
Hace veinte años, paseaba yo en Calatayud con un cura ya mayor y de conversación exquisita. Era de noche y nuestras voces reverberaban en las paredes de las casas. Hablábamos de lo humano y de lo divino, claro. Exquisito, ya digo. De pronto, me dejó helado y no porque fuera invierno. Se paró, me puso la mano en el hombro y me dijo muy afectado: Carlos, la democracia ha abierto las puertas al demonio.
Distintas religiones, el mismo miedo a perder el control sobre las personas, el mismo miedo a perder el poder.

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