jueves, 30 de marzo de 2017

LA MULA (relato)



 El capitán Alonso vivía con una obsesión: su tropa. No había visto nunca un grupo de desmotivados tan grande como ellos. No soportaba su apatía, su indiferencia, el modo mecánico con el que cumplían las órdenes, sin alma, sin amor a la patria. Y no es que no intentara motivarlos. Cansado estaba de gritarles, insultarles, impartirles las instrucciones más duras e intensas, las maniobras más peligrosas. Siempre cumplían pero sin ánimo, sin la garra de los verdaderos soldados. Un día, sus ojos cayeron casualmente sobre la bandera izada. La había visto cientos, miles de veces, pero nunca se había fijado en lo descolorida que estaba. Sonrió victorioso pues había encontrado la causa de la desgana de sus hombres. Al día siguiente con la tropa formada para el izado matinal de la bandera, entregó al soldado encargado una bandera tan nueva y colorida que dolía mirarla. El soldado ni se inmutó. La ató a las cuerdas y comenzó a izarla. El capitán Alonso espero ilusionado la reacción de sus hombres, pero espero en vano porque su apatía no se desvaneció. Frustrado, incrementó la dureza de la instrucción y la duración de las maniobras hasta que un día, no solo lo ascendieron sino que lo trasladaron a otro cuartel.
Años más tarde, cuando ya era general, rememoraba sus hazañas con un general que había conocido esa noche en una cena de gala. Tanto hablaron que acabaron descubriendo que habían comandado la misma tropa de apáticos, solo que el nuevo general le habló maravillas de aquellos hombres. “Llegué justo después de su marcha”, le dijo al general Alonso. “Nunca me he encontrado, ni antes ni después, soldados tan dispuestos a cumplir mis órdenes. Tan animados y risueños. Pasé unos años muy bonitos en aquel cuartel”
El general Alonso disimuló su enfado como pudo. Apartó el rostro aprovechando un silencio en la conversación y susurró con rabia contenida “cabrones”, mientras apretaba su vaso de vino como si fuera el cuello de una persona .

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