jueves, 23 de marzo de 2017

LA BUENA EDUCACIÓN (relato)



Jaime se impacientaba. Normal, era paciente de un hospital. Los cuidados eran buenos, la comida pasable y la sonrisa del personal nunca faltaba. El problema eran las visitas del paciente de al lado. Interminables y ruidosas. Las voces se cruzaban, el volumen del televisor aumentaba,  las conversaciones a viva voz en los móviles no cesaban y el repaso a las múltiples enfermedades que cada una de las visitas conocía de terceros o había sufrido en primera persona no faltaba nunca, aunque las repitieran, y las repetían, vaya si las repetían. Pero la cosa no terminaba ahí porque cuando se iban las visitas, y siempre se iban tras agotar el límite del tiempo, el paciente de al lado le buscaba conversación.
                -¿Y a usted no le visita nadie?
                Jaime hizo por ignorarle concentrándose más en la lectura de su libro.
                -Digo que si a usted no le visita nadie.
                Ante el tono elevado de aquel hombre Jaime levantó los ojos de los renglones y miró a su vecino.
                -No.
                -¿Y eso? ¿Está usted solo en la vida?
                -Sí.
                -Vaya, pues qué mala suerte, ¿no?
                Jaime se le quedó mirando pero nada dijo. Volvió a la lectura y su vecino subió el volumen del televisor.
                Unas semanas más tarde, el hombre iba por la calle cuando reconoció al que había sido su compañero de habitación en el hospital. Se quedó confuso pues Jaime iba de la mano con una mujer y a su lado caminaban dos niños risueños.
                -Ey, hola, ¿se acuerda de mí? Soy el del hospital.
                Jaime simuló el mal tragó del encuentro y sonrió.
                -Ah, sí, ¿qué tal?
                -Pero oiga, ¿no me dijo usted que estaba solo?- preguntó mirando a la mujer y los niños y exigiendo una explicación con su tono de voz.
                -Lo estaba en el hospital.
                -No lo entiendo, ¿le pidió a su familia que no le visitara?- Jaime asintió- ¿Por qué?- preguntó incapaz de asimilarlo.
                -No me gusta molestar.
               

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