jueves, 6 de octubre de 2016

EL HALLAZGO (relato)


Te levantas y arrojas el móvil como un lanzador de pesos. Lo ves caer al mar. Se hunde. Glu-glu. Tus hombros se derrumban. Los músculos de tu rostro se relajan. Ahora lo entiendes.

Un minuto antes.
Cierras los ojos y notas el frío de una lágrima naciente que se precipita sobre tu mejilla. Vuelves a mirar. Ahí sigue, el mar, con sus infinitas tonalidades y su arrullo constante. No puedes más y te rindes a la evidencia: “Esto sí debe de ser la buena vida”, dices en un suspiro.

Treinta  minutos antes.
De pronto, desconectas, o quizás es que entras en una dimensión desconocida para ti, un espacio donde cabe la calma, ¿te acuerdas de la calma? No, desde que eres ejecutivo de esa empresa de inversiones. Los picos del mar se te asemejan a miles de cabezas de felices delfines que te saludan. La brisa salada refresca tu rostro. Te preguntas si eres tú mismo el que está sentado en ese banco frente al mar.

Cincuenta minutos antes.
Nunca el hecho de sentarte te ha bloqueado de ese modo, como si se detuviera el mundo, tu mundo de etiquetas y palmaditas en el hombro. Respiras hondo expulsando los malos espíritus de tu cabreo. No tenías previsto sentarte a esperar. No tenías previsto estar ahí, pero estás. No te queda otro remedio. Te frotas los muslos y sacas el móvil del bolsillo. Lo miras. Nada. Ni grúa, ni taxi, tampoco tu novia. Lo dejas a tu lado, en el banco. Por fin miras al frente, ¿dónde si no? El mar te saluda. Inmenso. Tus ojos se pierden en su superficie y tienes una sensación extraña, olvidada y reencontrada con un pestañeo frente al mar. Callas tu interior y observas.

Una hora y diez minutos antes.
Gritas al de la grúa, aunque bien sabes que no tiene la culpa, pero necesitas descargar con alguien tu mala suerte. Tus expectativas se vienen abajo. Tanto que habías pagado por ese proyecto. No puede asegurarte menos de una hora para llegar donde estás y recoger tu maravilloso coche que nunca fallaba y con el que tanto has fardado, en medio de nada, en un pueblo costero al que siempre habías ignorado desde la autopista. En la compañía de taxis tampoco te aseguran menos de una hora. Escribes a tus compañeros del trabajo. Todos tienen una excusa creíble para no ayudarte.

Una hora y veinte minutos antes.
Tu corazón entra en quiebra momentánea. ¿Qué es ese ruido? Parece el motor. No, no, no, repites incrédulo. Ahora no, en este preciso momento no. Llegarás tarde, no hay remedio, el coche ralentiza por su voluntad, no por la tuya. Ves un cartel que indica una salida. Un pueblo, no lees bien el nombre, qué importa. Logras parar en el paseo del pueblo, junto al mar, pero tú solo buscas el número de la grúa en tu móvil. Tus sueños al garete. La vida que querías, la vida por la que luchaste adulando a tus jefes se viene abajo por la tos de tu coche deportivo.

 Una hora y cincuenta minutos antes.
Sales eufórico de la reunión. Tu proyecto ha sido aprobado. Solo falta la presentación ante el consejero delegado, en la capital. Llegarás en un momento con tu flamante coche de ejecutivo. Eres feliz. Lo tienes todo, pero sabes que dependes de esa reunión con el consejero. La has cagado tiempo atrás por arriesgado y te tienen echado el ojo. No te importa. Te gusta trabajar bajo presión. Lo viste en una película y desde entonces es el lema de tu vida. Eres el puto rey del mambo.

Tres horas antes.
Coqueteas con la recepcionista. Siempre lo haces. Sabes que te miran, que te envidian por tu percha y desparpajo. Los becarios quieren ser como tú.

Tres horas y un minuto antes.
Ignoras el mensaje que tu novia te ha enviado molesta  al móvil. Estás saliendo del ascensor y ya encaras el hall de la empresa donde trabajas.

Tres horas y media antes.
Coqueteas con la camarera de la cafetería donde sueles desayunar. Te sirve lo de siempre, haciéndote sentir de la casa. Un elegido.

Tres horas y media y un minuto antes
Ignoras el mensaje que te novia te ha enviado ilusionada al móvil. Estás acercándote a la cafetería para desayunar.

Cuatro horas  y media antes.
Suena el despertador. Sonríes a pesar de ese bip intermitente. Es tu día. Hoy presentas el proyecto por el que tanto has pagado a otra persona para que te lo haga. El mérito será tuyo y el ascenso también. Subirás en el escalafón. Ático con tecnología punta, club de golf, reservados en las discotecas, palcos en los estadios, tarjetas de crédito ilimitado. Es la clase de vida que siempre has soñado, la vida que ya tienes, pero necesitas un nuevo subidón, una versión extra-large de tu vida, porque tú tienes claro lo que es la buena vida.

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