jueves, 13 de octubre de 2016

DI SIEMPRE LA VERDAD (relato)



Carlitos oyó cómo le llamaba su madre desde la cocina. En cierto, modo, esperaba la convocatoria y, además, con el tono de desconfianza que había sonado. Dejó la video consola y salió de su cuarto. En la cocina le esperaba la mirada interrogadora que se había imaginado en el corto trayecto del pasillo.
                -¿Se puede saber qué significa esta nota de tu tutor?
                -¿Qué nota?- preguntó con un disimulo poco afinado.
                -Esta de tu agenda-y la señaló con su índice, golpeando con vehemencia las palabras del tutor con la yema de su dedo- “Estimados padres de Carlos, pregúntenle a su hijo por qué no le he puesto hoy negativo en la clase de lengua”- leyó resaltando en especial la palabra “negativo”. Levantó la vista de la agenda para mirar con firmeza a su hijo- ¿Y bien?
                Carlitos se rascó la cabeza.
                -Pues no sé- dijo evitando mirar a su madre.
                -Pero algo habrá pasado, ¿no?
                -Sí, pero es que yo tampoco entiendo por qué no me ha puesto el negativo.
                -O sea, que reconoces que debía ponértelo.
                Carlitos apretó la boca ante la confesión indirecta que había hecho.
                -Sí, supongo.
                -¿Supones?
                -Es que todos habían leído la redacción sobre fantasía que había marcado para hacer en casa y cuando me pidió que leyera la mía le dije que no la tenía, que me había sido imposible traerla.
                Carlitos bajó la cabeza y quedó en silencio. Su madre volvió a leer la nota, aún más confusa todavía.
                -Pues no lo entiendo- concluyó al fin- ¿Seguro que fue eso?-su hijo asintió-No me cuadra. A ver, cuéntamelo exactamente como ocurrió; no te de dejes ni un solo detalle. Venga- le animó.
                -Bueno, pues me tocaba a mí leer mi redacción y le dije que no la tenía. Me preguntó por qué y yo le dije que en realidad sí que la había hecho, lo que pasa que de camino a la escuela un perro me la había quitado. Sí, la iba leyendo por la calle, tan contento había quedado con la redacción, que cuando me di cuenta, un perro enorme me la había arrancado de las manos. Le seguí, pero corría mucho. Se metió en un callejón. Me dio miedo pero le seguí. Era mi redacción y la quería recuperar. El perro llegó hasta su dueño, un vagabundo de muy mal aspecto. Estaba leyendo la redacción cuando llegué a su lado. Me preguntó de dónde la había sacado y le dije que la había escrito yo. Me miró desconfiando hasta que el  al fin me sonrió y me dijo que le siguiera. Sí, ya sé que me has dicho que no haga eso nunca, pero es que tenía mi redacción. El vagabundo maloliente apartó los cubos de basura y abrió una especie de puerta secreta que solo él podía ver. Me señaló desde la puerta y entré. Caminamos no sé cuánto tiempo por un pasillo iluminado con antorchas. Yo no apartaba la vista de la mano de aquel hombre que llevaba mi redacción. No quería que me pusieran negativo. Claramente. Por fin llegamos a una gran puerta que daba a un valle esplendoroso. La luz me cegó durante un momento pero cuando pude ver bien, una enorme águila me miraba fijamente. El vagabundo le puso mi redacción frente a los ojos y la leyó. El águila me miró sorprendida. “Llévale ante la reina” le ordenó el vagabundo. El águila apretó con su pico mi redacción y sin pedirme permiso me cogió con sus garras y levantó vuelo. Volamos y volamos hasta que llegamos a un castillo que estaba en lo alto de una montaña. La reina resultó ser una niña de mi edad que quedó muy contenta con mi redacción. “Es muy linda”, me dijo. “Es tan linda que no puedo dejar que te la lleves. Soy la reina de todos los escritos hermosos. Tengo repartidos a mis súbditos por todos los mundos conocidos y por conocer en busca de redacciones como la tuya. Pero no estés triste. A cambio, te dejaré que te lleves lo que quieras de mi reino. El lugar era bonito y estaba llena de cosas increíbles, pero yo lo tenía claro: le pedí que me diera un beso. Era una niña muy bonita. Creo que se sorprendió un poco pero luego sonrió y me dio el beso. Después fue hacer el camino al revés, aunque esta vez volví en el lomo del águila. La vista era espectacular. El vagabundo me llevó de nuevo al callejón y nos despedimos. También acaricié el perro, que ya no me daba miedo. Cuando llegué al colegio era un poco tarde, no tenía mi redacción pero todavía sentía el beso de la reina en mi cara. Y eso le dije al tutor. Me sonrió como lo estás haciendo tú ahora, me dijo que me sentara y no me puso el negativo.
                En efecto, la madre de Carlitos sonreía sin poder disimular su sorpresa. Extendió los brazos y movió los dedos en señal de reclamo. Su hijo se le acercó y se abrazaron. Carlitos regresó a su cuarto y se sentó frente a la video consola. Antes de reanudar el juego suspiró y se acarició suavemente la mejilla.

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