viernes, 5 de agosto de 2016

SANDRA (relato)



Daniel solo tenía ocho años. Era una noche de verano. El calor era insufrible. La noche pesaba sobre el  hospital. La madre de Daniel le pidió con la mano que se acercara a la cama.
“Mi pequeño, no temas. Me voy a un lugar mejor. Quiero que cuando no esté mires al cielo y busques la estrella más grande y luminosa. Esa seré yo. Te estaré  protegiendo”
Daniel miró y buscó pero fue incapaz de distinguir la más grande y luminosa. Le pidió a su padre que le comprara un telescopio y siguió buscando. Incluso cuando el paso de los años le hizo comprender que su madre le había expuesto una metáfora para mitigar el dolor de su pérdida, él siguió buscando. Se hizo astrónomo y siguió buscando. Dado a su extraordinario talento consiguió un puesto en el más grande de los observatorios del mundo, y siguió buscando. Distinguía con claridad los tipos de estrellas pero sabía que siempre aparecía una más grande. Un día cercano a su jubilación la encontró: la estrella más grande y luminosa jamás hallada hasta entonces. Por haberla encontrado, le correspondía el derecho a ponerle nombre. No se lo pensó dos veces.

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