sábado, 30 de julio de 2016

FRUSTRACIÓN (relato)



Admitámoslo, la mayoría de los hombres deseamos tener hijos para jugar al fútbol con ellos. Eso es lo primero que aparece en la cabeza en cuanto sabemos que vamos a ser padres. Abelardo no. Él quería tener una hija, y la razón era bien sencilla. Disfrutaba imaginando cómo llamarían los chicos a su hija adolescente y cómo él cogería el teléfono gastándoles todo tipo de bromas. Pondría voz de mafioso, o de poli malo y les amenazaría con mil cosas, o las haría un interrogatorio de tercer grado tratando de no estropearlo riéndose de su propia broma.
-¿De qué te ríes?- le preguntó su mujer extrañada al ver la actitud de su marido con su hija recién nacida en brazos.
-¿Eh? De nada, de nada.
Quince años más tarde, Abelardo cargaba sus ojos de cansada frustración mirando cómo su hija chateaba alegremente con su móvil sentada en el sofá del salón.

jueves, 28 de julio de 2016

Vosotros, jóvenes adolescentes de hoy en día, nunca conoceréis lo que significa alcanzar el valor de llamar a la casa de la chica que te gusta y que te responde el padre al teléfono.

martes, 26 de julio de 2016

MI PADRE EL PARANOICO (relato)



Mi padre era un paranoico. No es una forma de hablar, era un auténtico paranoico. Mi educación se basó en sus fobias y en sus manías conspiratorias, especialmente contra mis novios. Pobrecitos, qué mal lo pasaron y qué poquito me duraban. Lo cierto es que yo no lo veía como una enfermedad, sino como parte de su naturaleza y de su amor por mí; lo que podría definirse como un padre sobreprotector, aunque en su caso haya sido supermegahipersobreprotector. Me advertía de todos y de todo. Me adoctrinaba sobre mi propia seguridad o sobre cómo interpretar las palabras y miradas de los demás, sobre todo de los hombres. El día en que tuve que irme porque me había salido un trabajo como enfermera en otro país, estuvo semanas hablándome de sus barrios, de sus gentes, de sus locales. Todo lo estudiaba en internet y lo asimilaba a su manera. Y sin embargo, a pesar de todo, tengo que decir que me salvó la vida.
                “Hola papá, sí todo bien, de maravilla. Perdona que no te haya llamado antes y te hayas tenido que conformar con mensajes tan cortitos. El trabajo es estupendo. Sí, tengo tiempo libre y he ido de compras. Hasta me he comprado ese vestido rojo que vimos en el catálogo antes de que me fuera”
                En cuanto colgó el teléfono viajó a la ciudad donde yo me encontraba e informó a la policía de que me habían forzado a ser prostituta. Afortunadamente, me pudieron localizar a tiempo. Le debo la vida, a él y a sus paranoias. Me hizo aprender frases para todas y cada una de las circunstancias trágicas en las que yo podía encontrarme. Si le mencionaba que había podido comprarme el vestido rojo que habíamos visto en el catálogo, ya sabía lo que tenía que hacer.

viernes, 22 de julio de 2016



El otro día fuimos al cine, lo que significa que fuimos a un centro comercial. Este en concreto es agradable, decorado, más o menos, como si estuvieras en un pueblo típico canario. Además, tiene a su lado otro centro comercial abierto con un trompo gigantesco. Para ser un centro comercial, se está bien. En total, yo creo que debe de haber unos 250 negocios, incluidas cafeterías y restaurantes. Ni una sola librería. El 80% son tiendas de ropa, la mayoría femenina, y complementos. ¿Tanta ropa nos hace falta? ¿De verdad que nadie consideró un buen negocio abrir una librería en un lugar así? Lo que me resulta triste, es que esa es la tónica en todos los centros comerciales. Uno que visité en Bristol, que era gigantesco (el centro, no Bristol), solo tenía una tienda, digamos, cultural, y era una de la cadena Virgin (donde aproveché para comprar un par de CDs de mi adorado Dean Martin). El resto, ropa y cafeterías. Por cierto, la película era “Buscando a Dory”. Salvo algún personaje poco aprovechado, bastante decepcionante.

viernes, 15 de julio de 2016

EL RETO (relato)



Alfonso era un buen chaval, educado, estudioso, alegre. No obstante, un aciago día cometió un error: se enamoró de la chica equivocada, aunque no había ser humano capaz de hacérselo ver. El amor es así. Otro día, más aciago aun, lejos de corregir su error, lo aumentó: se declaró. La chica, sin malacia, más bien con la intención de constatar un hecho ineludible le dijo “Me enamoraré de ti el día en que seas tan alto como yo”. En efecto, Alfonso, a sus trece años, lucía un cuerpo enclenque de un niño de once. Su enamorada, en cambio, y a pesar de contar con la misma edad, podía hacer alarde del cuerpo de una adolescente de diecisiete. Veinte centímetros de diferencia en altura hacían el resto.
Alfonso sintió que sobre sus hombros caía una condena injusta, en especial porque sus padres no eran mucho más altos que él. Nunca lo conseguiría. Un día en el que, como de costumbre, regresaba cabizbajo del instituto, una pelota llegó a sus pies. Levantó la cabeza y vio al que era su dueño pidiéndole con la mano y una sonrisa que le alcanzara el balón. Alfonso creyó estar tocando el cielo. La solución delante de sus narices. Sonrió pensando en el reto de su amada y cogió la pelota. Antes de lanzársela a su dueño le preguntó si podía jugar con él. “Claro, echemos unas canastas juntos”

martes, 12 de julio de 2016



El corazón me dio un vuelco al no sentir las llaves de casa en mi bolillo. Preludio en do mayor  para un ataque de histerismo.               
                -Cariño, no sé si cogí las llaves de casa.
                Estábamos en un centro comercial, a punto de entrar en los multicines.
                -Sí, las cogiste.
                -No tengo la memoria fotográfica de ese momento en concreto.
                Yo hablo así de raro.
                -No hubiéramos salido del garaje sin ellas.
                Las llaves de casa llevan incorporadas el mando del garaje.
                -¿Y si las cogí del coche al llegar aquí y se me han caído?
                -Quieres ir al coche y comprobarlo, ¿verdad?- Asentí con cara de perro cuando su dueño enseña la correa para salir- ¿Cuándo empieza la película?
                -En diez minutos. Me da tiempo- respondí como el miembro de un cuerpo de élite a punto de emprender una misión imposible en la que el gobierno negará conocerte en caso de fracaso.
                -Te espero aquí.
                Era la señal que necesitaba. Corrí con disimulo ante el agente de seguridad que me miraba de reojo (¿qué se cree, que no me di cuenta?). Corrí sin descaro alguno cuando le pasé bajando los pisos del centro comercial con la vista al frente, adelantando a la gente en la cinta móvil como si estuviera en una persecución de Jason Bourne montada para provocar epilepsia entre el público, y llegué al coche. Sonreí victorioso. Allí estaban las llaves. Hubiera jurado que me sonrieron al verme. Las cogí y deshice el camino hecho a más velocidad que cuando lo hice, aunque me detuve unos metros antes de llegar al cine para coger fuelle y presentarme fresco como una rosa.
                -¿Ves como estaban?- Me dijo cuando le enseñé las llaves. Pero yo era feliz. De no haber ido al coche hubiera estado toda la película pensando en las dichosas llaves. Nos sentamos en nuestros asientos con el tiempo justo pues de inmediato se apagaron las luces de la sala. En ese momento, mi corazón se quedó congelado.
                -Cariño, no sé si cerré el coche. No guardo la memoria fotográfica de ese momento concreto.