domingo, 28 de febrero de 2016

SUSPIROS DE ESPAÑA (relato)


“De verdad que no sé qué hago aquí”

Gonzalo se mueve nervioso en su silla, al tiempo que se seca el sudor de las manos en los pantalones. Es incapaz de mirar a los ojos”

“¿Por qué le tengo que contar mi vida, eh?, ¿por qué? ¿Y ese empeño en conocer detalles tan insignificantes? Ya se lo he dicho: soy un tipo normal con una infancia normal, como la de todo el mundo. Jugué a policías y ladrones, al fútbol, mi padre me llevaba a los toros los domingos por la tarde mientras mi madre y mi hermana limpiaban la casa. No, claro que nunca lloré, mi padre no me lo permitía, decía que eso es de niñas, y tenía razón. Lo mismo hago yo con mis hijos, educarles correctamente, como dios manda. ¿Y por qué le tengo que hablar de mis novias? Con quince años empecé a salir con chicas, ya sabe, chavalas fáciles para descubrir el sexo. No, mi hermana se quedaba en casa, mi padre no la dejaba salir, ni ponerse la ropa que quisiera. Me decía que la cuidara siempre y que no permitiera nunca que fuera como una puta por la calle; nada de estar con chicos así como así. Luego me casé y mi mujer hizo como su madre y la mía, quedarse en casa, como tiene que ser, que para eso traemos nosotros el dinero a casa. Con el tiempo empezó con no sé qué tonterías de retomar los estudios, y yo le decía, ¿y nuestros hijos?, ¿quién los va a cuidar, eh? Nuestra vida de matrimonio era normal, ya se lo he dicho, como la de todos. Yo salía con mis amigos al bar, al futbol… ¿Por qué ella tuvo que empezar a querer cambiarlo todo? ¿Y por qué coño le cuento todo esto? ¿Qué mierda hago yo aquí?”

“Gonzalo, está usted aquí porque se lo ha ordenado el juez”

Gonzalo levanta el índice de modo amenazador.

“Sí, por librarme de la cárcel, que si no, me iba a ver usted aquí”

El terapeuta suspira profundamente,  como para coger fuerzas.

jueves, 18 de febrero de 2016

DE PROFUNDIS (relato)

Daniel tuvo la mala fortuna, en este mundo donde el carácter lo puede todo, de convertirse en un adolescente tímido y silencioso. Hablaba lo justo, aunque no carecía de sentido del humor. No era precisamente un tipo popular. Le gustaba leer y destacaba en el ajedrez, actividades que le anclaban aun más en una soledad que no hacía más que crecer. No era la suya una imagen que despertara patetismo, sino más bien indiferencia, camuflándose bien su presencia con la pared o con cualquier mueble. Sin embargo, su corazón era igual que el del resto de los seres humanos. Sí, Daniel estaba enamorado. Un amor el suyo por supuesto silencioso, anónimo, sin posibilidad alguna de materializarse. Que él recordara, siempre había amado a su vecina, desde que ambos iban juntos a la escuela, desde que ambos compartieran curso tras curso.

El día después de que la clase regresara de una acampada, todos empezaron a reírse de él, unos más abiertamente que otros, pero reían, le señalaban, incluso le silbaban piropeándole. Ya había percibido Daniel cierta áurea de burla la misma mañana en la que recogían las tiendas de campaña para regresar a casa. Ahora, la chanza era más que evidente. No obstante, todos enmudecieron cuando su vecina se le acercó y, sin mediar palabra, le dio un cálido beso en la boca. Daniel, incapaz de comprender, quedó paralizado, mucho más cuando ella le dijo en un susurro: “esto por lo que me dijiste la otra noche en la acampada”, dijo con la emotividad y la alegría de quien se siente amada. “Pero si yo no te he dicho nada”, acertó a decir temblando. “Me lo dijiste en sueños. Hablas cuando duermes”. Daniel hizo un esfuerzo enorme por tragar. “¿Y los demás también lo escucharon?” Su vecina le rodeó el cuello con sus brazos, prolegómeno evidente de un nuevo beso. “¿Importa eso mucho?”   

domingo, 14 de febrero de 2016

EL PROBLEMA DE GENERALIZAR

El problema de generalizar

El otro día en un bar  me fue imposible abstraerme de la conversación que tenían unos clientes, sobre todo porque hablaban de la docencia. Uno de ellos criticaba a los profesores como una manada de vagos, viéndolo claramente reflejado en la maestra de su hijo, maestra que nunca hacía nada, etc… Y encima de vagos, con todo ese tiempo de vacaciones. Siempre las vacaciones; da igual lo que hagamos, nuestras vacaciones anulan para muchos nuestro esfuerzo y profesionalidad. Cualquier argumento que usemos para defender nuestra profesión (y vocación) se encontrará enfrente esa muralla infranqueable que son las vacaciones.
Caí estrepitosamente en la tentación de intervenir. Le dije que no había podido evitar escucharle y que yo era profesor. Intenté por todos los medios explicarle que se equivocaba, apelé a su empatía preguntándole si había dado clases alguna vez. No hubo forma de darle a entender que no podía generalizar de ese modo. Me desagradó tanto la conversación que me fui sin terminar mi desayuno.
Luego me quedé pensando que toda la ignorancia de ese hombre y su consiguiente rabia, porque lo decía con rabia, deben de haber sido transmitidas a su hijo con creces; y así imagino que va su hijo al colegio, con esa imagen, con la idea de que somos un colectivo que no merece su respeto porque somos unos vagos con un montón de vacaciones. Qué peligrosa es la ignorancia y qué daño hace generalizar.

Por supuesto, no me han dado ganas de volver por ese bar.

jueves, 11 de febrero de 2016

EL REENCUENTRO (relato)

De todos es sabido que en el primer año de medicina los estudiantes se enfrentan con los muertos. Alicia era uno de ellos, de los estudiantes. Ya les habían dicho que los habían mantenido en formol, a los muertos, durante un año, que estaban secos, que no sangrarían, y que pertenecían a personas cuya muerte nunca había sido reclamada por nadie, quién sabe si por desconocimiento o por dejadez, pero aún así, los nervios no se hicieron de rogar ante la presencia de aquella bolsa de plástico cuya forma anunciaba la de un ser humano. También era una tradición, aunque encubierta, que los alumnos destaparan los rostros de los fallecidos aprovechando cualquier despiste del profesor. Una tentación del todo irresistible y que, en el fondo, la universidad, que también había sido joven, pasaba por alto.


Alicia respiraba agitada, no por el interior de aquel cuerpo embalsamado, sino por no ser capaz de levantar la sábana de la cabeza de su muerto. Todos lo habían hecho ya, hasta le habían puesto nombre, costumbre también muy arraigada, pero no ella. Temblaba ante la posibilidad de acercar su mano. Un pálpito constante al desviar la vista hacia la cabeza, un estremecimiento como nunca antes había sufrido le invitaban a no hacerlo con la misma fuerza que le invitaban a hacerlo. Terrible disyuntiva, insufrible tensión. Decidió que de ese modo le era imposible atender correctamente las indicaciones del profesor, de manera que por fin, con un movimiento rápido y certero, desveló el rostro de su fallecido. El estremecimiento volvió a aparecer pero esta vez para encarnársele en la médula hasta hacerle llorar desconsoladamente en silencio.

domingo, 7 de febrero de 2016

Qué buena reseña me ha hecho Flecha Literaria de mi novela "Mis ojos llenos de ti"
Por cierto que su blog es de lo más interesante, con una sección de posdcast muy currada.

http://flecha-literaria.blogspot.com.es/2016/02/resena-mis-ojos-llenos-de-ti-de-carlos.html?spref=fb

jueves, 4 de febrero de 2016

El lector (microrrelato)

Creo, sinceramente, que soy alguien razonable. Hace doscientos años decidí recluirme, apartarme de la tentadora vida en sociedad, y alimentarme únicamente de la ingesta de pequeños vertebrados. Solos, mis libros y yo. Lecturas acumuladas desde siglos atrás que aún me aguardan a la luz de las velas. No concibo otro modo de vida, no hay mayor felicidad para mí. No obstante, y a pesar de mis precauciones, de vez en cuando algún caminante perdido, o algún grupo de adolescentes ávidos de lugares oscuros donde satisfacer su curiosidad sexual, invaden mi casa, allanan mi morada, interrumpiendo acaso mi placer con los dulces versos de Verlaine o con los pensamientos sin esperanzas de Baudelaire. Y claro, tengo que matarlos.