jueves, 3 de diciembre de 2015

INVISIBLE (relato)

Joaquín llegó al lugar donde había concertado su cita a ciegas, un bar de esos redecorados con recuerdos modernistas y lámparas de pétalos de rosas. El lugar ideal, pensó; buen ambiente, buena música. Lo había elegido ella. Miranda nunca planeaba una cita con un desconocido al que hubiera visto el rostro en internet, del mismo modo que ella tampoco mostraba el suyo. Estaba convencida de que hacerlo le restaba encanto, misterio, riesgo y humildad. Sin embargo, llevaba muchas decepciones acumuladas. No así Joaquín, pues para él era la primera vez que se arriesgaba con lo desconocido. Miranda le había dicho que llevaría camisa blanca y falda negra ajustada. Largos pendientes y maquillaje prácticamente ausente. Su cabello era rizado color castaño y le caía en cascada hasta los hombros. La descripción había emocionado a Joaquín, quien poco podía añadir a su rostro con gafas de pasta negra, calvicie incipiente, pantalones vaqueros y polo rojo.
La ilusión con la que Joaquín había tomado su primera cerveza a la espera de su cita, fue desvaneciéndose con la segunda y la tercera. La camarera, siempre atenta, atendía su pedido con la sonrisa estándar para los clientes. Pasada la primera hora, Joaquín se resistía a rendirse. Había traído consigo un pequeño ramo de violetas y estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta para entregárselo. Miranda había insistido en no intercambiarse sus números de teléfono, por lo del misterio, pero también por una confianza que ni siquiera había sido concebida.
Con la segunda hora cumplida empezó a descomponerse su ilusión. Se movía de un lado a otro, buscando una postura que relajara su malestar. A una señal de la camarera, supo que el cierre del local llegaría pronto. Joaquín se levantó con la pena cargada sobre sus hombros y caminó hacia la puerta del bar sin saber bien qué hacer con el ramo de violetas. Quedó tentado de dárselo a la camarera que, con su habitual sonrisa le abría la puerta para que pudiera salir, pero siempre había sido demasiado tímido para la espontaneidad. Se fue triste, acompañado por el eco de la puerta cerrada a sus espaldas.
La camarera quedó mirando a las luces de la calle a través del cristal de la puerta. Su sonrisa estándar se desvaneció. Una decepción más, uno más que no se había fijado en su camisa blanca, falda negra ajustada, pelo rizado color castaño que caía en cascada y sus largos pendientes; uno más que no había sabido reconocerla.




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