miércoles, 22 de julio de 2015

LA CONDENA (relato)

Deambulaba por las calles, triste, solo, sin amigos. Las luces de las farolas se reflejaban en el asfalto bañado por la lluvia. Era la única imagen que le agradaba de aquella gran ciudad a la que había sido condenado a vivir. Salía por las noches y vagaba sin rumbo en busca de la soledad. Cuánto extrañaba su pequeña e itinerante comunidad. Ahora se daba cuenta, ahora se arrepentía, cuando era ya demasiado tarde. Veinte años; dos décadas de condena, ni más ni menos. Ese había sido su castigo. En eso había consistido la maldición que habían arrojado sobre su cabeza. Veredicto inapelable. Ni siquiera sus padres intercedieron por él. Todo por su incorregible comportamiento, por su orgullo, por su indiferencia constante hacia la seguridad del grupo. Qué tarde era ya para intentar cambiarlo.
Lo que menos soportaba, lo que le laceraba el alma era caminar erguido. Aunque ya no se reconociera, era ese detalle el que más le humillaba. Ni tener que vestirse o comer con cubiertos igualaban tal sufrimiento.

Esa noche solitaria y húmeda la nostalgia podía con él. Pensaba incluso en acabar por la vía rápida pues a nada le veía sentido en aquella vida de tortura. Fue entonces cuando un sonido familiar le hizo levantar la vista. Un puñado de recuerdos despertaron mientras seguía su origen. Una melodía resonaba desde el interior del metro. Bajó esperanzado, movido por un deseo sincero, aunque inútil, de volver a encontrarse con sus compañeros. Su sonrisa se desvaneció al comprobar que solo se trataba de un músico ambulante, talentoso, no le cabía duda, pero muy lejano a lo que él había soñado. Atravesó el grupo que se refugiaba de la lluvia hasta colocarse frente al joven intérprete. De pronto, en un arrebato incontrolable, le arrancó la trompeta de las manos. A pesar de su protesta, no pudo evitar que se la llevara a la boca. Sopló con fuerza, como si quisiera desgarrar el aire. El trompetista y los allí reunidos le miraron atónitos, no porque del instrumento hubiera extraído una bella melodía sino por el sonido desesperado que se prolongó por la estación y que tanto les recordó al lamento de un elefante.

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