viernes, 26 de junio de 2015

Don Armando (relato sobre la necesidad de la cultura)

Esa semana miraba don Armando con preocupación el almanaque de su cocina.

Don Armando era un amante de la cultura. Todos le admiraban precisamente por eso; lo consideraban incluso una virtud, un don al que no todos habían tenido acceso y él sí. Su elegancia en el vestir también era celebrada, siendo señalado siempre como el perfecto caballero. Jubilado, viudo y sin hijos, don Armando había encontrado en la cultura su refugio, al menos así lo interpretaban conocidos y desconocidos. No podía ser de otra manera pues no había inauguración de un acto cultural en el que no estuviera, en especial las pictóricas, fotográficas o literarias, es decir, aquellas en las que el autor hablaba de su obra para luego conversar animadamente mientras comían los aperitivos de la exposición. Ataviado con su mejor traje, nunca dejaba escapar don Armando la ocasión de acercarse al autor para comentarle su intervención y los artistas, siempre ávidos de reconocimiento, se lo agradecían sinceros al tiempo que le invitaban a una copa o a cenar, tal era la capacidad de relacionarse del jubilado.


Esa semana miraba don Armando con preocupación el almanaque de su cocina. Ningún acto cultural previsto, y era la última semana de mes. Fue a su dormitorio y guardó su mejor traje, su único traje, su posesión más preciada. Lo miró como queriéndose disculpar por la gravedad de las circunstancias y, aunque no abrió la boca, le dijo con desasosiego: esta semana no sé cómo vamos a comer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario