sábado, 14 de marzo de 2015

REFLEJOS DE UNA INCOMPETENCIA

Cuando todavía vivíamos los ecos del intento de involución rancia y cutre del ochenta y uno, Luis recibió una visita del todo inesperada. Para ser más exactos, la visita en sí poco tuvo de inesperada pues el cartero llamaba a su puerta, al menos, una vez al mes con las típicas facturas y recibos. Lo que tuvo de sorpresivo, de impactante, de desconcertante (y así podría seguir con decenas de calificativos sin temor a quedarme corto), lo que, en definitiva, hizo temblar los cimientos de su vida, y de su familia, fue lo que para él llevaba ese día el funcionario de correos.

Luis era un pequeño empresario hecho a sí mismo. Sus sueños de vivir en libertad se habían ataviado con un pesado manto de responsabilidades desde que tuviera su primer y único desamor. El golpe había sido duro pero había sabido levantarse, volver a enamorarse, casarse, tener dos hijas (en aquel momento en edad de riesgo social) y caminar con rumbo seguro hacia una jubilación en la que esperaba ponerse al día con todas las lecturas atrasadas. Sí, diríamos que Luis había conseguido algo que podríamos definir como felicidad conformista.

-Luis, ¿abres tú?, yo estoy con la lavadora.
-María, yo tampoco puedo ahora.

Luis quiso replicarle a su esposa que él estaba con la mirada fija en la cafetera y que no podía desatenderla, pero, ante la insistencia del timbre (y por no volver a oír a su esposa), puso el fuego al mínimo y se dirigió a la puerta.

-Buenos días, don Luis- le saludó el cartero con su habitual sonrisa.
-No es primero de mes- le contestó descuidando sus modales.
-Lo sé, lo sé, no traigo facturas- abrió su saca de cuero para coger un sobre de aspecto mustio-. Tenga- y se lo ofreció-. Con las disculpas de Correos.
Luis cogió la carta con desconfianza.
-¿Qué significa esto?
-Pues que llevaba perdida en nuestras oficinas veinte años nada menos, pero, finalmente, ha aparecido. Espero que no fuera nada importante. Lo dicho: nuestras disculpas y que pase un buen día.
El cartero se retiró con la astucia, y discreción, de quien no quiere volver a ser interpelado, quedando Luis con la vista fija en el remitente del sobre. No podía creerlo, simplemente, no podía creerlo. Hubo de apoyarse en la puerta para encajar el golpe. Tras unos segundos en los que creyó desmayar, se recompuso y regresó a la cocina. Se sentó pensando si debía abrir la carta, sintiéndose como un artificiero de explosivos ante una bomba. ¿Cable azul o cable rojo? Un sudor frío empezó a deslizarse por sus mejillas. La abrió.

“Hola, Luis, mi amor. La verdad es que no sé bien cómo empezar esta carta. Supongo que debería empezar por disculparme. Lo haría por teléfono pero, que yo sepa, sigues sin ponerlo. Tienes que entenderme: tu propuesta me cogió por sorpresa. No me lo esperaba. Por supuesto que te amo, pero irnos así, a vivir la vida, sin ataduras, fue algo que no supe asimilar bien. Me educaron para ser esposa y madre de mis hijos, Luis, entiéndelo. Pero he reflexionado todas estas semanas y ahora sé bien lo que quiero. Te quiero a ti y anhelo con todas mis fuerzas esa libertad de la que tanto me hablas siempre. Deseo tenerte a mi lado, deseo que seas el amor de mi vida. Entiendo que estés tan molesto conmigo que no desees contestarme. Así lo entenderé si no recibo una carta tuya o no vienes a verme. Estaré en casa de mis padres, esperándote. Solo tienes que coger el tren; además, tengo una sorpresa para ti. Tuya, Susana”.

Las manos de Luis temblaban. Su corazón se había acelerado con cada palabra que leía. Las primeras lágrimas empezaban a salir cuando oyó los pasos de su esposa.

-¿Quién era, cariño?
Luis dudó si debía esconder la carta. Optó por permanecer inmóvil, aportando a su mirada toda la naturalidad que podía, aunque para eso tuvo que restregarse los ojos simulando una picazón inesperada.
-El Cartero.
-Qué raro, no es primero de mes.
-Eso le dije yo.
-¿Y qué es?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser?, la carta que tienes en las manos.
Luis creyó que su garganta se había bloqueado.
-Publicidad- dijo al fin-. Una enciclopedia o algo así.

En ese momento, la cafetera empezó a reclamar la atención de los presentes.


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