jueves, 19 de febrero de 2015

EN LOS LÍMITES DE LA REALIDAD (relato dialogado)

Cuando el guardia civil le ordenó pararse en la cuneta,  Mario creyó sufrir el mayor susto de su vida. La Benemérita siempre le había despertado mucho respeto y, como todos, levantaba presto el pie del acelerador cuando intuía la presencia de uno de sus coches patrullas. A medida que veía aproximarse al agente, apretaba el volante compulsivamente. Debía mostrarse sereno; después de todo, él no había hecho nada.

                -Buenas noches- le saludó el agente, acompañando sus palabras con el típico gesto militar- ¿Sabe usted por qué le he parado?
                Mario le miraba impresionado; no podía evitar fijarse en el bigote reglamentario del guardia civil. ¿Por qué lo llevarían todos?, se preguntaba.
                -Pues la verdad es que no, pero ya que lo menciona, es que llevamos un poco de prisa y si no le importa…
                El agente ignoró de plano la reivindicación del conductor. Demasiadas veces había oído lo mismo.
                -Iba usted dando bandazos. ¿Ha bebido?
                Los ojos parecieron saltárseles de las órbitas al pobre Mario.
                -¿Quién?, ¿yo? En absoluto. Es que iba discutiendo con mi esposa, pero nada serio, no crea…
                -Ah, ¿que iba hablando por el móvil?
                Ahora sí que Mario no entendió nada.
                -¿Perdón?, ¿Por el móvil?
                -Ha dicho que discutía con su esposa.
                -Claro, pero es que mi esposa está aquí. Salúdale, cariño, por favor- dijo volviendo el rostro hacia el asiento del copiloto.
                El agente sonrió tratando de mantener la paciencia.
                -¿Cómo ha dicho?
                -Que mi mujer está aquí. Discutíamos por tonterías, ¿verdad cariño? Y…
                -Espere, espere, espere- el agente dejó pasar unos segundos que a Mario se le antojaron eternos- ¿Me está tomando el pelo?
                Mario creyó que su estómago se le volcaba.
                -Pues claro que no. Nunca se me ocurriría algo así. No, por dios, ¿Por qué lo dice?
                -¿En serio me lo pregunta?
                -Sí, claro. Si he dicho algo que le haya podido ofender, le ruego que me disculpe.
                -Algo que me ofenda- repitió incrédulo- Tiene huevos la cosa. Todavía me dice que si me ha dicho algo que me ofenda. Ande, salga del vehículo.
                Mario tembló.
                -¿Pero por qué?
                -Mire, ya está bien la bromita.
                -¿Pero qué bromita, por dios?
                El agente se calmó y sonrió condescendiente.
                -Está bien, está bien. ¿Quiere jugar?, Juguemos. Dice usted que discutía con su mujer, ¿no es así?
                -Sí, claro, ¿verdad, cariño?- y miró a su derecha.
                -Y que no lo hacía con el móvil
                -Pues claro que no, ¿no ve que mi mujer está aquí?
                El agente desvió la vista cansado de la conversación.
                -Ya está otra vez. ¿Usted se burla de mí o es que está loco?
                -Ninguna de las dos cosas- dijo empezando a alterarse.
                -Está bien, si lo quiere así: ¿No ve que ahí no hay nadie?- dijo refiriéndose al asiento del copiloto.
                Mario quedó petrificado por unos instantes.
                -¿Cómo dice?
                -Sí, sí, sí. Ya está bien de tanta burla. Venga, salga del coche.
                -Oiga, por favor, que mi esposa está aquí conmigo. Le saludó antes y le saluda ahora también. Por favor, cariño, dile algo, rápido, que esto no es normal- y volvió a mirar al agente-¿Ve? ¿Satisfecho? Ahora, ¿sería tan amable de dejarnos continuar?
                El agente empezó a alterarse también.
                -¡Pero será posible! ¿Es que insiste?
                -¿En qué, dios mío? Si mi esposa está aquí. ¿No será usted el loco?- y miró rápido al asiento del copiloto- No, mi amor. Nos tenemos que poner en nuestro sitio; me da igual lo que me pase.
                -¿Me llama loco?- protestó el agente.
                -No se lo llamo, se lo pregunto.
                -Mire, ya está bien. Fuera de una vez, fuera la digo- le gritó.
                Mario tragó saliva.
                -Espere, espere, le diré lo que haremos.
                -Aquí solo se hace lo que yo digo. Está usted faltando a la autoridad.
                -No, espere, se lo ruego, escúcheme un momento. Ustedes siempre van en pareja, ¿verdad? Dígale a su compañero que venga, a ver si él tampoco ve a mi esposa. Oh, esto es de locos, desde luego- dijo mirando a su derecha- por favor, agente, hágalo.
                El agente suspiró cansado. Miró hacia atrás y gritó.
                -¡Ramírez!- y le hizo un gesto para que se acercara.
                Ramírez salió del coche y se acercó a su compañero.
                -A la orden, mi sargento.
                -Ramírez-le dijo en voz baja, aunque no lo suficiente como para que Mario no lo oyera-, tenemos aquí un chiflado. No sé si sería mejor llamar directamente al hospital. Echa un vistazo.
                Ramírez se inclinó para mirar en el interior del coche.
                -Señor- saludó a Mario-, señora- se incorporó y miró a su superior-. No veo nada extraño, mi sargento.
                El sargento sintió un frío helado que le subió por la espalda hasta la nuca.
                -¿Cómo has dicho?- preguntó con temor.
                -Que no veo nada extraño, señor.
                -No, no, antes. Has saludado a dos personas.
                -Claro, mi sargento, al conductor y al copiloto. Imagino que será su esposa.
                Las manos del sargento empezaron a temblar. Mario no pudo evitar mirarle con cara de satisfacción.
                -¿Qué?- le dijo al sargento-¿quién es el  chiflado ahora?


No hay comentarios:

Publicar un comentario