martes, 20 de enero de 2015

GRACIAS, LUDOVICO

Ludovico Einuadi
Durante años, odié tocar el piano, probablemente porque siempre lo vi como una imposición y no como la sana intención por parte de mi madre de ampliar mi cultura y tener más oportunidades de cara al mundo laboral. Aguanté sin protestar hasta que llegué a mi límite, que fue casi en el último curso. Mi madre quedó destrozada pero yo sentí mi alma liberada.

Mi madre supo recomponerse al shock y decidió estudiar música por su cuenta, llegando a tocar el órgano en la iglesia del barrio. Se sentía plenamente realizada; su rostro lo decía todo. Yo, aparte de alegrarme en grado superlativo, ya que aquello me descargaba un poco los remordimientos, empecé a sentir envidia de su propia satisfacción frente a los teclados.

No hice nada hasta que pasaron unos años. De pronto, sentí algo en mi interior; el típico gusanillo que ha llevado a la humanidad hasta donde está; cuando no impulsa el amor, el dichoso gusanillo provoca el descubrimiento de la penicilina y cosas por el estilo. En mi caso, provocó que me levantara, saliera de casa y me dirigiera a la tienda de música más próxima. Allí me compré un clavinova (un piano eléctrico) y empecé a tocar. Por primera vez en mi vida, tocaba el piano porque me apetecía, y fue revelador.

Entonces descubrí a un compositor italiano, de estos minimalistas, Ludovico Einaudi (a raíz de su banda sonora para la película Intocable) y vi el cielo abierto. Sus composiciones son bien sencillas pero, al mismo tiempo, de una profundidad arrebatadora. Me he enamorado de una de sus composiciones, "Nuvole Bianche"; vete a saber por qué la llamó así. El caso es que cuando interpreto esa pieza entiendo los motivos por los que mi madre me obligó a estudiar el piano. Quisiera agradecerle su insistencia, pero no puedo pues falleció hace tiempo. Cada vez que toco esta pieza, imagino que mi madre me escucha, con su santa paciencia, con su sonrisa. Es lo más cerca que puedo estar de su perdón.






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