viernes, 9 de enero de 2015

DESESPERACIÓN (breve disertación sobre la verdad objetiva)

Hija mía, vida mía, es hora ya de que te digamos la verdad.
¿Recuerdas cuando de pequeñita te enseñamos tu madre y yo  que debías decir siempre la verdad? ¿Recuerdas lo mucho que insistíamos en los problemas que puede generar la mentira? ¿Quién te creerá cuando sea cierto lo que dices? ¿Quién te va a ayudar sin pensar que no es más que otra mentira? Te ilustrábamos nuestra enseñanza con el cuento de Pedro y el lobo. ¿Te acuerdas? Cuando llegaste a la adolescencia, te lo expliqué con el aria del médico en la ópera de El barbero de Sevilla, así de paso aprovechaba para iniciarte en la ópera, aunque esto creo que nunca lo conseguí.

Tampoco sé si conseguí transmitirte el valor de la verdad. Quiero decir, aparte del momento en que descubriste la autoría de los Reyes Magos, creo poder asegurar, sin temor a equivocarme, que nunca te hemos mentido. Quizás por eso tenemos la certeza de que nos quieres. Nunca te dimos nuestra opinión sin que no nos la hubieras pedido, pero siempre que nos la pedías, fuimos sinceros y eso nos costó más de un pequeño disgusto. A partir de ese momento, quedamos en que las mentiras piadosas pueden ser aceptables, dependiendo del asunto en el que nos moviéramos, no fuera que pudiéramos hacer daño a alguien. No obstante, eso no quita un ápice al valor de la verdad y a lo que, en definitiva, tratamos de contarte ahora tu madre y yo.

Es necesario, es fundamental que nos creas, vida mía. Te va la vida en ello, y la nuestra. No se trata de ningún secreto inconfesable sobre tu pasado; no es nada criminal, no me gusta nada esta palabra, pero ilustra bien lo que quiero decir; no hemos cometido ningún delito, nadie nos va a separar de ti. Por desgracia, tampoco se trata de un euromillón, ni del concurso literario al que siempre me presento. No se trata de una mentira piadosa, créenos que no. Tampoco debes interpretarlo como una exageración. Esto es una verdad cruda, tal cual, incuestionable, indudable, irrebatible, objetiva; de hecho, terriblemente objetiva, aunque venga de nuestra boca.

Sé que me extiendo demasiado (es algo que siempre me has reprochado, aunque tú uses otras palabras más propias de tu edad para decírmelo), pero es que en la soledad de esta sala de espera el tiempo pasa muy lento, pesa, hunde. Las enfermeras me han dado unos folios y he aprovechado para escribirte unas palabras, quizás las últimas. Tu madre ha ido a casa, ya sabes que la abuela no puede estar sola mucho tiempo.

Este es mi último intento, mi vida, para trasmitirte toda la verdad que te hemos enseñado estos años. Ojalá que haya servido nuestra enseñanza sobre la verdad y la confianza que uno desprende hacia los demás cuando opta por no mentir. Esta es la única verdad que importa ahora, vida mía; todo lo demás es secundario. Tienes que creernos, te ruego que nos creas; sí, ahora más que nunca; ahora o nunca: estás delgada.


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