miércoles, 3 de diciembre de 2014

ESCALOFRÍO (breve relato confesional)

Esta mañana vino la policía a mi instituto. La típica charla sobre acoso escolar. Qué coñazo.  Al menos, nos libramos de la clase de historia y, si al final hay preguntas, también de la de mates. Bien.
                Nos sentamos detrás, por supuesto. Desde la seguridad de la última fila podemos reírnos, mirar nuestros móviles, distraernos a nuestro antojo, como siempre. No soporto las charlas en las que se nos trata como si fuéramos niños. Ya solo con ver a esas dos policías sé que va a ser así. Lo mismo al final nos regalan un bolígrafo y tan contentos. No les queda bien el uniforme y su pelo corto me hace pensar que son boyeras. Se lo comento a mi novio y, no solo se ríe, sino que lo comenta al resto del grupo, provocando una risotada general. Sonrío orgullosa y mi novio me pasa el brazo por la espalda. Me encanta que lo haga; me hace sentir segura. Le miro y nos damos un beso.
                Nuestro tutor nos recrimina el comportamiento pero pasamos de él.  En cuanto las policías empiezan a hablar saco mi móvil y me pongo a chatear o miro las fotografías que mi novio me ha hecho en mi cuarto. Me encanta cómo le miro; y en esta otra estoy toda provocativa. Es divertido y a él le gusta.  De pronto, los chicos se ríen y me intereso por lo que ha pasado.  Por lo visto, una de las mujeres ha dicho que insultar por el whatsapp es un delito. Me río, quizás más alto que los demás. A veces me gusta llamar la atención.
                La otra policía se hace la fuerte: “No os riáis. Esto está pasando hoy en día en los institutos”. Siempre exagerando, me recuerdan a mis padres cada vez que salgo con mi novio.  “Cuidado con el whatsapp, con los mensajes tipo Mándame una foto de cómo vas vestida o te he enviado tres mensajes y no me has contestado” ¿Pero qué se creen estas tías? Debe de ser que no tienen novio; claro, con lo feas que son. Eso lo envían porque nos quieren. Bueno, sí es verdad que a veces se pasa un poco con los mensajes, pero lo normal es que quiera saber dónde estoy o con quién hablo; para eso soy su chica.
            “Al principio ellas se enamoran del malote de la clase. Eso les gusta, se sienten protegidas  y ven bien que las controlen; lo ven como una señal de amor. Luego vienen los celos, los insultos…”
            Por alguna razón, guardo el móvil en el bolsillo y miro a las policías. No estoy segura si es porque sus palabras llaman mi atención o porque realmente he querido guardarlo. Tampoco entiendo por qué mi novio me aprieta un poco el hombro, como si se hubiera alterado por algo. Es verdad que él es el chulo de la clase y que me atrajo por eso, pero todo el mundo lo sabe. Mola mogollón salir con el líder y eso que han dicho de que te sientes bien porque te controlen pues también lo he sentido.
            “Es alarmante cómo las chicas de hoy permiten actitudes que las generaciones anteriores no consentían”. No sé, pero empiezo a pensar que me gustaría que se callara de una vez. Me siento incómoda. Yo sé bien lo que le consiento y lo que no le consiento a mi novio. Yo le consiento que mire mi móvil y le permito que me diga cómo le gusta que me vista, pero él no me obliga; como tampoco me molesta que me llame puta; sé que lo hace con cariño porque cuando me lo dice nos estamos magreando en su coche. Me doy cuenta de que el resto de las clases que han venido atienden en silencio a las policías. Ya no se ríen.
            “La Violencia de género nunca empieza con una paliza, ni con un puñetazo, ni tan siquiera con una bofetada. Asoma con los primeros celos, las amenazas, y las ofensas constantes. Es ahí cuando hay que zanjar la relación”. Ha pasado algo extraño, algo que me ha producido un escalofrío. Justo en el momento en el que la policía ha dicho eso, mi novio me ha mirado. ¿Por qué me mira así? Me sonríe pero no me gusta su sonrisa. Su mano pasa del hombro a la nuca y la aprieta al tiempo que me guiña un ojo.
            “Muchos no son conscientes de la gravedad de los hechos. No piensan que son maltratadores y ellas tampoco se consideran víctimas de la violencia de género”. Me arden las mejillas; me sudan las manos, la garganta se me bloquea. Nunca lo había visto desde ese punto de vista. El escalofrío vuelve. Tengo miedo.

                        

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