sábado, 27 de diciembre de 2014

LA MEJOR JUVENTUD

Existen películas que no nos aportan nada en absoluto. Son efímeras, inconsistentes; ni siquiera tienen la virtud de entretenernos y, sin embargo, están en boca de todos o disfrutan de una asistencia masiva en los cines.

Luego están los films que nos llegan al alma. No es que sean profundas o filosóficos ni, por supuesto, moralinas. No. Es, simplemente, que están cargadas de humanidad. Transmiten sentimientos, nos hacen pensar, debatir, incluso discutir, ¿por qué no? Dejan, por ello, un recuerdo indeleble en nuestra psique hasta el punto de llegar a influir en nuestra forma de pensar. Sí, hay películas así; por desgracia, no son tan conocidas; no llegan al gran público. Pasan desapercibidas. Es el caso de “La mejor Juventud”

Esta película italiana llegó a mí por casualidad, de la mano de ese gran cinéfilo que es José Ángel Alventosa. Me dijo “mírala, te gustará”. La dejé aparcada un tiempo hasta que me acordé de ella y la vi. No me gustó, me atrapó. Sus más de cuatro horas de duración pasaron como un suspiro (Está dividida en dos partes). Recuerdo mis lágrimas cuando terminó, intensas, irrefrenables.

¿De qué trata este bello film? Pues de la vida, ni más ni menos, con todos sus componentes, los buenos y los menos buenos. Lo hace a través de dos hermanos, Nicola y Matteo, y ya de paso la enmarca en la historia reciente de Italia, desde los años sesenta hasta la actualidad. Es precisamente esa extensión en el tiempo histórico lo que nos hace formar parte de sus vidas. Viajamos con ellos, trabajamos, nos enamoramos, sufrimos y disfrutamos con ellos. Es inmensa. Te desgarra el alma y, al mismo tiempo, te invita a vivir intensamente cada minuto de tu vida. ¿Cuántas películas son capaces de transmitir algo así?

Si “La mejor juventud” cae en tus manos, no dejas de verla. Eso sí, hazlo en su versión original en italiano, con subtítulos. El doblaje español no ha conseguido hasta ahora, como sí ha hecho con los angloparlantes, mimetizarse con la forma de hablar de los italianos.






martes, 23 de diciembre de 2014

DESESPERACIÓN (breve disertación sobre la verdad objetiva)

Hija mía, vida mía, es hora ya de que te digamos la verdad.
¿Recuerdas cuando de pequeñita te enseñamos tu madre y yo  que debías decir siempre la verdad? ¿Recuerdas lo mucho que insistíamos en los problemas que puede generar la mentira? ¿Quién te creerá cuando sea cierto lo que dices? ¿Quién te va a ayudar sin pensar que no es más que otra mentira? Te ilustrábamos nuestra enseñanza con el cuento de Pedro y el lobo. ¿Te acuerdas? Cuando llegaste a la adolescencia, te lo expliqué con el aria del médico en la ópera de El barbero de Sevilla, así de paso aprovechaba para iniciarte en la ópera, aunque esto creo que nunca lo conseguí.

Tampoco sé si conseguí transmitirte el valor de la verdad. Quiero decir, aparte del momento en que descubriste la autoría de los Reyes Magos, creo poder asegurar, sin temor a equivocarme, que nunca te hemos mentido. Quizás por eso tenemos la certeza de que nos quieres. Nunca te dimos nuestra opinión sin que no nos la hubieras pedido, pero siempre que nos la pedías, fuimos sinceros y eso nos costó más de un pequeño disgusto. A partir de ese momento, quedamos en que las mentiras piadosas pueden ser aceptables, dependiendo del asunto en el que nos moviéramos, no fuera que pudiéramos hacer daño a alguien. No obstante, eso no quita un ápice al valor de la verdad y a lo que, en definitiva, tratamos de contarte ahora tu madre y yo.

Es necesario, es fundamental que nos creas, vida mía. Te va la vida en ello, y la nuestra. No se trata de ningún secreto inconfesable sobre tu pasado; no es nada criminal, no me gusta nada esta palabra, pero ilustra bien lo que quiero decir; no hemos cometido ningún delito, nadie nos va a separar de ti. Por desgracia, tampoco se trata de un euromillón, ni del concurso literario al que siempre me presento. No se trata de una mentira piadosa, créenos que no. Tampoco debes interpretarlo como una exageración. Esto es una verdad cruda, tal cual, incuestionable, indudable, irrebatible, objetiva; de hecho, terriblemente objetiva, aunque venga de nuestra boca.

Sé que me extiendo demasiado (es algo que siempre me has reprochado, aunque tú uses otras palabras más propias de tu edad para decírmelo), pero es que en la soledad de esta sala de espera el tiempo pasa muy lento, pesa, hunde. Las enfermeras me han dado unos folios y he aprovechado para escribirte unas palabras, quizás las últimas. Tu madre ha ido a casa, ya sabes que la abuela no puede estar sola mucho tiempo.

Este es mi último intento, mi vida, para trasmitirte toda la verdad que te hemos enseñado estos años. Ojalá que haya servido nuestra enseñanza sobre la verdad y la confianza que uno desprende hacia los demás cuando opta por no mentir. Esta es la única verdad que importa ahora, vida mía; todo lo demás es secundario. Tienes que creernos, te ruego que nos creas; sí, ahora más que nunca; ahora o nunca: estás delgada.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

ENTREVISTA

Os dejo el enlace a la entrevista que me hizo el foro literario Ábretelibro, donde se me conoce como doctorkauffman. En la entrevista me conoceréis un poquito más.

Entrevista al doctorkauffman


jueves, 11 de diciembre de 2014

FELIZ DÍA DEL PADRE

El día más impactante que viví en el colegio fue cuando estaba en tercero de primaria. Unos ocho añitos de nada tenía yo. Mi clase era como una cualquiera; quiero decir que estaba el gracioso, el tímido, el burlón, la mimosa, el mimoso, el meón, el vago, el distraído…pero todos nos queríamos igual. No recuerdo muchas diferencias entre nosotros, ni siquiera en los recreos.

Un día nuestra profesora, bendita sea, qué bien nos trataba, se le ocurrió una idea de lo más interesante: como al día siguiente era sábado y no estaríamos en el colegio, nos pidió que para celebrar el día del padre saliéramos uno por uno a la pizarra a imitar a nuestros progenitores. Nos entusiasmó la idea. De inmediato, supe cómo emular al mío y vi en los rostros de los demás que también imaginaban la mejor forma de hacerlo.

Reconozco que siempre era yo la voluntaria para salir primero a todo, y, gracias a dios, sigo conservando ese carácter. Salí a la pizarra con un libro en la mano, cogí una silla y me senté; crucé las piernas y busqué la postura meditabunda y absorta con la que siempre veía leer a mi padre. Me encantaba. La profesora me felicitó, pero el silencio de los demás evidenció el poco entusiasmo que les despertó mi imitación.

Luego salió Arturo, un chico muy tímido, pero, para sorpresa de todos, empezó a imitar a su padre delante del televisor viendo un partido de fútbol. Madre mía, qué bien lo hacía; los gestos, las frases, hasta los insultos al árbitro. Le aplaudimos efusivamente y él, pobrecito, se disculpó por las palabrotas que había dicho, que sabía que esas cosas no se decían.

El siguiente turno fue para María. Estuvo divina imitando a su padre cuando le llamaban al móvil del trabajo. No sé cuántas empresas compró y vendió. La verdad es que nos divertíamos mucho. José Juan imitó a su padre limpiando y con qué maestría nos hizo ver la torpeza con que la hacía.

El último en salir fue Roberto, el gracioso de la clase. Muchas de sus bromas hacían eran divertidas, pero otras no, en especial para los maestros, pero nos daba igual, a nosotros nos trataba bien. Salió a la pizarra y se colocó frente a Beatriz, una dulzura de niña. Estuvo en silencio unos segundos, como si se estuviera concentrando. De pronto empezó a gritar y a mover los brazos. Gritaba y gritaba. Nosotros comenzamos riendo, pero tan pronto empezó con los insultos nos fuimos callando. Percibimos que aquello no iba bien del todo. La propia Beatriz empezó a asustarse pues Roberto no paraba de acercarse a su rostro mientras le gritaba; y entonces lo hizo, empezó a pegarle en la cara como un salvaje.

La profesora corrió a separarlo, cosa que consiguió con esfuerzo, pero Roberto seguía gritando, pataleando y golpeando la pared. Insultos y amenazas salían de su boca sin cesar, hasta que se agotó, o se mareó y se derrumbó de rodillas al suelo. Luego comenzó a llorar. Nosotros mirábamos en el más absoluto silencio con nuestros corazones latiendo acelerados, mientras la profesora consolaba a la pobre Beatriz.



domingo, 7 de diciembre de 2014

TALENTO CANARIO

Ilustración de Leticia Zamora
En la pasada “Noche en blanco” de la ciudad de La Laguna tuvimos la suerte de tropezarnos con dos ilustradores magníficos: Leticia Zamora y Dibujante Nocturno. Había más artistas exponiendo su obra, y no quisiera desmerecer su trabajo y esfuerzo, pero los dos citados me parecen extraordinarios y me dieron que pensar.

En Canarias hay gente con gran talento. Por desgracia, lo que llega al exterior desde nuestras islas no siempre representa ese talento (aunque esto es cuestión de gustos, por supuesto). Los míos los tengo muy claros. Me quedo con artistas como 


Ilustración de Dibujante Nocturno
Leticia y dibujante Nocturno. Son ellos los que nos deberían representar; ellos y tantísimos otros que comparten ese don magnífico que poseen, ya sea en el dibujo, la pintura, música, escultura, narrativa y el resto de profesiones en general.

Ilustración de José Ojeda
No sé cómo se mueven en este mundo Leticia y Dibujante Nocturno, pero me resultó injusto verlos en un pequeño expositor en la calle mostrando su obra. Eran felices, de eso no me cupo duda, y se mostraban muy cercanos al público, lo que es de agradecer, pero eso no quita para que me pregunte: ¿Por qué no están en Pixar o en Marvel o Disney? ¿Qué hacen aquí? O, ¿qué es lo que sucede en este país para que estos artistas estén exponiendo en una calle? Tampoco me cabe duda de que ambos se desenvuelven bien con sus páginas de facebook y blogs, y que, poco a poco, irán llegando donde merecen estar, pero sigue sin ser justo que, a estas altura, sean unos desconocidos para el gran público y otros (insisto en que es cuestión de gustos) se pavoneen de lo canarios que son con su ¿talento?


Dentro del mundo de la ilustración, y obviando, con su permiso, a mi colaborador habitual, el genial Carlos Fortes, hay otros ilustradores que cuando ves su trabajo te haces las mismas preguntas. Quisiera convertir el dueto del principio en un terceto y añadir al gran José Ojeda, que si estuvo en la Noche en Blanco, le pido disculpas por no haber tenido el placer de tropezármelo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

ESCALOFRÍO (breve relato confesional)

Esta mañana vino la policía a mi instituto. La típica charla sobre acoso escolar. Qué coñazo.  Al menos, nos libramos de la clase de historia y, si al final hay preguntas, también de la de mates. Bien.
                Nos sentamos detrás, por supuesto. Desde la seguridad de la última fila podemos reírnos, mirar nuestros móviles, distraernos a nuestro antojo, como siempre. No soporto las charlas en las que se nos trata como si fuéramos niños. Ya solo con ver a esas dos policías sé que va a ser así. Lo mismo al final nos regalan un bolígrafo y tan contentos. No les queda bien el uniforme y su pelo corto me hace pensar que son boyeras. Se lo comento a mi novio y, no solo se ríe, sino que lo comenta al resto del grupo, provocando una risotada general. Sonrío orgullosa y mi novio me pasa el brazo por la espalda. Me encanta que lo haga; me hace sentir segura. Le miro y nos damos un beso.
                Nuestro tutor nos recrimina el comportamiento pero pasamos de él.  En cuanto las policías empiezan a hablar saco mi móvil y me pongo a chatear o miro las fotografías que mi novio me ha hecho en mi cuarto. Me encanta cómo le miro; y en esta otra estoy toda provocativa. Es divertido y a él le gusta.  De pronto, los chicos se ríen y me intereso por lo que ha pasado.  Por lo visto, una de las mujeres ha dicho que insultar por el whatsapp es un delito. Me río, quizás más alto que los demás. A veces me gusta llamar la atención.
                La otra policía se hace la fuerte: “No os riáis. Esto está pasando hoy en día en los institutos”. Siempre exagerando, me recuerdan a mis padres cada vez que salgo con mi novio.  “Cuidado con el whatsapp, con los mensajes tipo Mándame una foto de cómo vas vestida o te he enviado tres mensajes y no me has contestado” ¿Pero qué se creen estas tías? Debe de ser que no tienen novio; claro, con lo feas que son. Eso lo envían porque nos quieren. Bueno, sí es verdad que a veces se pasa un poco con los mensajes, pero lo normal es que quiera saber dónde estoy o con quién hablo; para eso soy su chica.
            “Al principio ellas se enamoran del malote de la clase. Eso les gusta, se sienten protegidas  y ven bien que las controlen; lo ven como una señal de amor. Luego vienen los celos, los insultos…”
            Por alguna razón, guardo el móvil en el bolsillo y miro a las policías. No estoy segura si es porque sus palabras llaman mi atención o porque realmente he querido guardarlo. Tampoco entiendo por qué mi novio me aprieta un poco el hombro, como si se hubiera alterado por algo. Es verdad que él es el chulo de la clase y que me atrajo por eso, pero todo el mundo lo sabe. Mola mogollón salir con el líder y eso que han dicho de que te sientes bien porque te controlen pues también lo he sentido.
            “Es alarmante cómo las chicas de hoy permiten actitudes que las generaciones anteriores no consentían”. No sé, pero empiezo a pensar que me gustaría que se callara de una vez. Me siento incómoda. Yo sé bien lo que le consiento y lo que no le consiento a mi novio. Yo le consiento que mire mi móvil y le permito que me diga cómo le gusta que me vista, pero él no me obliga; como tampoco me molesta que me llame puta; sé que lo hace con cariño porque cuando me lo dice nos estamos magreando en su coche. Me doy cuenta de que el resto de las clases que han venido atienden en silencio a las policías. Ya no se ríen.
            “La Violencia de género nunca empieza con una paliza, ni con un puñetazo, ni tan siquiera con una bofetada. Asoma con los primeros celos, las amenazas, y las ofensas constantes. Es ahí cuando hay que zanjar la relación”. Ha pasado algo extraño, algo que me ha producido un escalofrío. Justo en el momento en el que la policía ha dicho eso, mi novio me ha mirado. ¿Por qué me mira así? Me sonríe pero no me gusta su sonrisa. Su mano pasa del hombro a la nuca y la aprieta al tiempo que me guiña un ojo.
            “Muchos no son conscientes de la gravedad de los hechos. No piensan que son maltratadores y ellas tampoco se consideran víctimas de la violencia de género”. Me arden las mejillas; me sudan las manos, la garganta se me bloquea. Nunca lo había visto desde ese punto de vista. El escalofrío vuelve. Tengo miedo.